Al menos en dos ocasiones precedentes me he ocupado del tabaco y las indeseables consecuencias de su consumo. Hace tres años revelé mi personal experiencia en cuanto a abandonar el hábito tabáquico. Yo empecé a no fumar más bien que dejé de hacerlo; me explico: en un momento concreto de mi vida, saqué de mi pitillera un cigarrillo, lo contemplé y me dije: “éste es el primero que no me fumo”. Su presencia me acompañó mucho tiempo, pero fui fiel a mi promesa y sufrí menos por la supresión de lo que me temía. Algún tiempo más tarde, escribí otro artículo sobre el tabaquismo en la mujer, un grave problema por el creciente consumo de tabaco en el bello sexo, que da cuenta del 95% de sus casos cáncer de pulmón, 80% de las broncopatías crónicas y 25% de la patología cardiovascular.
Hoy comento algunos aspectos del cigarrillo electrónico (abreviadamente e-cig). Se trata de un dispositivo que simula un cigarrillo convencional, y para ello contiene un depósito líquido susceptible de emitir vapor en lugar de humo. Dicho vapor suele contener propilenglicol, nicotina en diversas concentraciones y sustancias aromatizantes. Si al inhalar y expeler humo le llamamos fumar, las mismas maniobras cuando se trata de vapor se conocen como vapear. Su uso puede tener una doble finalidad: como deshabituante y para poder consumir nicotina en locales en los que el fumar está prohibido. Pese a las muchas disquisiciones a su respecto, hay un cierto acuerdo en considerar que vapear es menos dañino que fumar, aunque no totalmente inocuo. La SEPAR (Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica) de modo prudente se ha pronunciado a favor de la regulación del e-cig a título de medicación, lo que implica que ha de someterse a controles y ensayos clínicos. Hay al menos dos comunidades autónomas que contemplan restricciones al e-cig. Una de ellas es la catalana: su Agencia de Salud Pública (ASPCAT) se ha planteado abolir el uso de e-cig en espacios públicos, a semejanza de lo que se hace con el tabaco. La otra es la andaluza: la Consejería de Igualdad, Salud y Políticas Sociales ha abierto una línea de investigación acerca del efecto de los e-cig sobre la salud de sus consumidores y pretende prohibir el consumo en los centros sanitarios y educativos. A su vez, el Ministerio de Sanidad ha señalado que España se encuentra en conexión con la Unión Europea, y acaba de dar el primer paso prohibiendo e-cig en colegios, hospitales y transporte público.
No se conoce cuál será el impacto de los e-cig sobre la salud del usuario a largo plazo. Hasta ahora se han registrado reacciones de broncoconstricción de matiz asmoide, y neumonía lipoidea. Desde luego, el riesgo del consumo de nicotina estará presente según grado de su concentración en la cápsula líquida del dispositivo.
Si se me pregunta cuál es el porvenir previsible de este recurso, se me antoja que no demasiado brillante. Como mecanismo de deshabituación resulta mediocre y perpetúa los ritos del cigarrillo convencional, dejando a la voluntad del fumador la cuantía de nicotina inhalada, lo cual es poco eficiente. Y si se permite vapear en locales públicos se está colaborando a prolongar la adicción.
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