Despejando la X

La justicia es una ecuación de segundo grado. Y mientras que, en su esencia, sólo busca la verdad. También es verdad ?valga la redundancia? que tratándose de personas, tenemos que introducir otra variable en la ecuación: la mentira...

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La justicia es una ecuación de segundo grado. Y mientras que, en su esencia, sólo busca la verdad. También es verdad –valga la redundancia– que tratándose de personas, tenemos que introducir otra variable en la ecuación: la mentira. Es por ello, que en muchas ocasiones nos encontramos con la paradoja de que un delincuente miente descaradamente y tan sólo se le puede reír la gracia, todo ello mirando de reojo los derechos humanos. Que como su nombre indica, son normas a seguir por los humanos que vamos derechos, los otros, encuentran en ellos una excusa perfecta para manipular la verdad y campar a sus anchas.

El caso reciente de Marta del Castillo, ha dejado en evidencia a la justicia, en tanto en cuanto, un grupo de “chavales” ningunean a las autoridades cambiando su versión en función de para donde sople el viento, y casi seguro, siguiendo los designios de algún insigne letrado –como ya he manifestado en muchas ocasiones, a estos señores (los letrados) deberían prohibirles ir más lejos de lo que su mera labor de defensa le debiera consentir, ya que, sabiéndose como se saben todas las triquiñuelas legales, eso les permite dejar en la calle al más hijo de puta por cualquier tecnicismo burocrático y lo que es mucho peor, herir a las víctimas aún más si cabe–.

Y es que nuestras leyes, son demasiado nobles. Dan por hecho, que las personas que van a enjuiciar son personas honestas, que dicen la verdad y tienen algún motivo para hacer lo que hacen. Y claro, cuando topan con un mal nacido, que piensa de otra forma, que actúa sin escrúpulos, que no tiene remordimientos, que jura decir la verdad como el borracho que dice que es su primera copa arrastrando las palabras, pues eso, no sirven para nada. Y claro está, como ni a uno ni otros, les cuesta cara la mentira, pues siempre es una puerta abierta por donde evadirse del brazo tonto de la ley.

La presunción de inocencia es uno de los derechos más “justos” que podrían existir, pero claro, cuando ésta se utiliza mal, se convierte en un arma arrojadiza contra las víctimas. Y como además se sobreentiende que todos tenemos derecho a defendernos, pues nada, que es más fácil que un hijo de puta salga por la puerta grande que una feminista entra en un club de alterne.

Estoy harto de escuchar a la gente manifestar que no cree en la justicia, y aunque pudiera parecer algo banal, creo que es un derecho que debería perseguirse antes que muchos otros, y es por ello que nuestros políticos deberían hacer una profunda reflexión y sacar conclusiones, no de esta columna, sino del día a día. Deberían tomar el pulso a la calle, para comprobar que nosotros, los otros, los que vamos derechos, estamos cansados de los derechos de los que no van derecho.

Y me sangra en las entrañas viendo la entrevista del profesor Neira, cuando le preguntaron qué sintió cuando la víctima de malos tratos que defendió, y por la que se jugó la vida, le acusó de ser el instigador de la agresión. Que yo sepa a la desagradecida no le ha caído nada por tal mentira. Aunque no creo que nada pueda compensarle a su familia el dolor de ver que mientras ese hombre se debatía entre la vida y la muerte, la víctima que había tratado de defender, lo culpaba. Mientras que cosas como éstas sigan pasando, y la mentira tenga más poder que la verdad, no es que no exista la justicia, es que es mentira.

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