Es mucho más serio de lo que a primera vista pueda parecer el aquel de la cacería que compartieron el juez Garzón (estrella del firmamento judicial) y el ministro Fernández Bermejo. No tiene importancia ni viene a cuento lo de que el Sr. ministro careciese de licencia y lo aún menos trascendente de que se dedicaran a matar animalitos de esos que los actuales progres cuidan más que a los seres humanos.
Lo fundamental es que esa reunión festiva de la judicatura con el ejecutivo trae a colación lo de la independencia del Poder Judicial, tan extremadamente importante para que una democracia funcione como debe de funcionar. Son muchas las voces que se han levantado en la historia de los tres últimos siglos para predicarlo. Y no es la menos relevante la de don Melquiades Álvarez, hombre dedicado durante toda su vida a la política en la que alcanzó grandes éxitos y, desde luego, poco sospechoso de partidismo hacia lo que actualmente tildan de cavernaria ultraderecha (aunque fue muerto en la Cárcel Modelo de Madrid aquel desdichado 22 de agosto de 1936, acompañado en el martirio por hombres de alta talla política e intelectual como el doctor Albiñana, el ex ministro José Martínez de Velasco, don Manuel Rico Abelló, don Julio Ruiz de Alda, don Ramiro Ledesma Ramos, don Fernando Primo de Rivera (médico militar y discípulo de Marañón, que dijo de él que tenía un brillante porvenir profesional). Me refiero a las palabras que don Melquiades pronunció en el Congreso de los Diputados en 1932 (no recuerdo la fecha exacta, pero consta en el ABC una carta en la que el bisnieto de don Melquiades, el académico de Jurisprudencia y Legislación don Manuel Álvarez Builla Ballesteros repite las palabras que pronunció acerca de la libertad necesaria del Poder Judicial). No tengo espacio para ser más concreto, pero aquél que lo desee las encontrará con los datos que he suministrado.
Hay motivos más que sobrados para pensar con visos de certeza que en Andújar y Torres se dieron cita dos cacerías: la convencional y la del PP. Al tiempo que disparaban sus armas contra ciervos y jabalíes, elegían las armas y los proyectiles idóneos para satisfacer las exigencias de Rodríguez de matar o malherir al enemigo político para restarle posibilidades electorales en las elecciones inminentes entonces (hoy ya pasadas) de las taifas de Galicia y Vascongadas, además de las de las próximas al Parlamento Europeo. Tan grande ha sido el escándalo que ya la Fiscalía Anticorrupción ha pedido a Garzón que pase el asunto a la jurisdicción ordinaria, a pesar de que tampoco se halla limpia de culpa la dicha Fiscalía.
Tampoco es nuevo el señor Garzón en estas lides: ya lo probó en tiempos de Felipe González al que apoyó directa y descaradamente en unas elecciones con la esperanza de recibir, en caso de victoria (como la hubo) el Ministerio de Interior o el de Justicia. Y Garzón fue arteramente traicionado, porque no sólo no se le dio ministerio alguno sino que encina sufrió el desdoro profesional y personal de que se nombrase un doble ministro, de Interior y de Justicia, que ahora vaga por la alcaldía de Zaragoza. Por supuesto que su cabreo fue mayúsculo; pero tardó poco en volver al redil, suspirando entonces por la presidencia del Tribunal Internacional de Justicia, cargo del que fue igualmente repudiado por varios países que no le querían. ¿Qué busca a hora? Aún es pronto para que lo sepamos.
Es lo cierto que estos conciliábulos en los que se manifiesta la sórdida vinculación entre dos poderes que deberían de haber quedado en cualquier caso limpios en su independencia, nos revelan demasiado a las claras qué vientos corren por la desconexión necesaria de los poderes (ya lo dijo Guerra: Montesquieu ha muerto) para que a esto podamos llamarlo con propiedad una democracia. El caso es que las acusaciones a que han sido sometidos altos cargos de la oposición será muy difícil de limpiar: era complicadísimo que los expedientes incoados y tan a la ligera admitidos a trámite por Garzón, se sustanciasen en el tiempo récord que quedaba hasta las elecciones. Y siempre quedaría el descrédito de una grave acusación.
¿Estamos en un Estado de deshecho; o en un Estado de corrupción? Desde luego, tiene las características necesarias para que podamos meterlo en el saco de la corrupción: están alteradas las instituciones del Estado, se han echado a perder la Constitución que constantemente se vulnera y se viola haciendo gala pública de ello, está en provocada y desalmada putrefacción la sociedad, estragada la convivencia e impurificada la Justicia. Resulta evidente y palmario que estamos sometidos a un totalitario Estado de corrupción; y tendremos que decir que hemos vuelto al punto que Rodríguez añoraba con el alibí de vengar a su abuelo: a la II República y todo lo que supuso para España. El destino que entonces nos reservaba la venganza iluminista que no pudieron cumplir, se nos viene ahora encima bajo la dirección imperativa del Nuevo Orden Mundial, de ese tan poderoso y temible Poder Oculto que nos lleva hacia la ruina de la Humanidad y el acabamiento de toda moral y toda justicia.
Hoy nos desayunamos con el nuevo escarceo del señor Garzón: algo así como ocultación de unos fantásticos ahorros. No tenemos espacio para exponer nuestras ideas al respecto: lo intentaremos en otra ocasión (otra semana).