El paro subió en el mes de septiembre. No hizo falta que nos lo dijera el Gobierno. Bastó con mirar la bandeja de entrada del correo electrónico, donde rebosaban las valoraciones de hasta el que se fue a comprar tabaco para no volver. Es lo que tiene permanecer agazapados en las trincheras durante seis meses a la espera de refuerzos: para muchos sonaba a liberación. Siempre ha sido así. Gobierno quien gobierne; tampoco hay que extrañarse. Cada uno con su verdad por delante y sus miserias por detrás. Hoy toca lo que no dije ayer, vete tú a saber en lo que andaría yo pensando entonces.
Y así nos va y nos duele el pensamiento, donde hacen metástasis los fracasos, las decepciones y las promesas rotas. Ahí están los indicios: al igual que ya sabemos que viene el otoño, no por el calendario, sino porque refresca por las tardes y sacamos la rebeca para que no se nos resfríe el crío; cada subida del paro no toca por sí a primeros de mes, sino por esa oleada de espanta números que nos avisa de lo malos que son, unos y otros, esté quien esté, a la hora de buscarnos las papas. Al contrario de lo que cantaba La Unión, habría que preguntarles, ¿dónde estabais en los buenos tiempos?
Cansa siempre lo mismo, las mismas excusas, los mismos culpables, ninguna responsabilidad, mientras los dineros para los parados se pierden por el camino, en parientes o en langostinos, los de la burbuja en sobres cerrados y sonrisas complacientes, y los amasados por el reparto coral de la Marbella gilista, gurú de la corrupción urbanística, les sirven ahora de aliento para ensayar su mejor perfil ante el espejo para que no se les note la poca vergüenza al salir de los juzgados.
Nuestra derrota no es sólo comprobar a diario que sigue siendo así, sino que ya nos conformamos con un mirlo blanco; e incluso confundimos con un mirlo blanco a quien se atreve a hablarnos con sensatez y sin complejos de cuanto ocurre a nuestro alrededor, como si se tratase de una excepción. Ya cité hace un tiempo a Arantza Quiroga, la líder de los populares vascos; hace un par de semanas a Antonio Maíllo, el líder de los comunistas andaluces; y esta semana -sorpresa- le ha tocado el turno a Susana Díaz, aunque siga sin quedar claro si detrás de su discurso hay más puesta en escena que pleno convencimiento, y si todo obedeció a la necesidad de ganarse unhueco mediático en Madrid o a una inusual valentía alentada por el eco del descontento social.
No estoy seguro, pero hasta en el peor de los casos -ya sea fachada u oportunismo- no hay que olvidar que era la presidenta de la Junta de Andalucía quien hablaba, la actual líder del socialismo andaluz -con permiso, o sin él, de Griñán-, y que sus palabras sonaron como bofetadas sin manos: a Zapatero, a Navarro, a Mas, a Rajoy.
A Díaz sólo le faltó bajarse del atril y susurrarle a Pérez Rubalcaba lo mismo que Jerry Lee Lewis a Chuck Berry después de incendiar su piano en una actuación: “A ver si eres capaz de superarlo”; lo que sugiere que el problema es que todo termine reducido a una anécdota, a un gesto, que contagie a otros en idénticos términos, de acuerdo, pero sin fondo, que es como decir sin soluciones.
Cuando en noviembre salgan y suban de nuevo las cifras del paro, unos y otros podrán insultarse si quieren, saltar de entre la maleza con el cuchillo entre los dientes, pero ni les cundirá el ejemplo ni servirá para que las familias cuyos nombres y apellidos engrosan los archivos de las oficinas del SAE encuentren, no ya empleo, siquiera la esperanza de poder encontrarlo hasta que el sol vuelva a brillar allá por marzo.
En Jerez, donde vamos camino de nuevo de las cifras de desempleados de primeros de año, el PP dice tener claras las opciones para lograr la recuperación económica y la creación de empleo, pero por el momento es lo más parecido a un acto de fe, ya que no depende exclusivamente de su gestión, sino de apoyos y alianzas con otras administraciones que pueden dar sus frutos a medio plazo. No descarten hasta entonces medidas como una bajada de impuestos -en Sevilla y Córdoba ya lo han anunciado- en busca de un oxígeno que ya no es tanto económico, como vital para sus aspiraciones de gobierno.
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