Prótesis y blackjack

Resulta curioso que una infección en la cadera del rey provocada por la prótesis ponga en duda la continuidad de su reinado mientras que la infección generalizada no haya hecho saltar las alarmas...

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Resulta curioso que una infección en la cadera del rey provocada por la prótesis que le implantaron ponga en duda la continuidad de su reinado mientras que la infección generalizada, opaca aunque evidente, que corroe la prótesis de la monarquía aún no haya hecho saltar las alarmas. Son procesos paralelos, que parecen indicar que la institución monárquica en España está estrechamente ligada a la figura de Juan Carlos I, y que el deterioro físico del rey marca el compás del avance de la carcoma en la institución.

El principal problema de una prótesis es que puede ser rechazada por el cuerpo en el que se injerta, que la siente como un elemento ajeno a sí mismo, un objeto extraño a su naturaleza. La monarquía española, y todas las “disfunciones” que estamos conociendo, se está convirtiendo en una prótesis molesta, anacrónica, difícil de encajar en la cadera de las instituciones democráticas a pesar de los esfuerzos ímprobos de algunos que intentan convencernos de que esta sociedad aún puede caminar apoyándose en ella. Queramos o no, a esta prótesis borbónica la cercan demasiadas infecciones a su alrededor y en el interior de su propio mecanismo, hasta hace poco bien silenciadas.
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Por eso, ahora que se especula con la abdicación del rey, podría sustituirle otro monarca, más bien un emperador, en este caso de los casinos, y que de facto ya está ejerciendo una especie de regencia en la sombra, haciendo tambalear leyes que este país se ha dado a través de sus poderes constitucionales. Sheldon Adelson, el multimillonario de los tintazos imposibles, alza un poco la voz y todos corren a satisfacer sus caprichos aterrados por la posibilidad de que se lleve Eurovegas a otro lugar. Hasta nos enzarzamos en el debate de cambiar con urgencia la Ley Antitabaco porque este señor quiere que en su casino español se pueda fumar, es decir, que se haga una excepción con él frente a los miles de empresarios que se tuvieron que gastar los cuartos en adaptar sus locales a la nueva legislación. Asistimos al bochornoso espectáculo -remake de Bienvenido, Míster Marshall- de cargos públicos, votados por la ciudadanía y que ostentan su representación política, que se desviven hasta la indignidad por no contradecir a Mr. Adelson (decimoquinta fortuna mundial) y satisfacer sus deseos, aunque estos vayan en contra de las leyes que rigen para el resto de los ciudadanos. 

​Quieren convencernos de que es bueno para todos claudicar ante los caprichos de un solo hombre en lugar de que ese empresario, como el resto de empresarios españoles y madrileños, se adapte a las reglas del juego. Pero claro, si el primer súbdito de este monarca del blackjack es el propio presidente de la patronal madrileña, entonces apaga y vámonos.

Lo más chungo es que nos peleamos por un proyecto empresarial romo, una especie de Marina d’Or cutre de las tragaperras, que no reportará ningún valor añadido a nuestra sociedad y sí miles de millones de euros a Adelson. Así nos va, confiando la salida de la crisis a un macro-casino y unas olimpiadas mientras se recorta en I+D+i y educación, cambiando investigadores por crupieres. Y así nos fue con experimentos similares, que le pregunten si no a los valencianos, a cuyos próceres les faltó beatificar a Ecclestone para conseguir el gran premio de Fórmula 1, que solo dejó un agujero enorme en las arcas de la comunidad.

​Llevando al extremo el caso, algunos de los que defienden tocar la legalidad vigente para adaptarla a una necesidad perentoria -eso al menos es lo que dicen- para la Comunidad de Madrid, como es conseguir Eurovegas, rechazan ese mismo argumento trasladado al debate sobre la unidad del Estado. Los mismos que no ven inconvenientes en cambiar leyes al dictado del dinero se rasgan las vestiduras patrióticas cuando se plantea dar una salida plebiscitaria a una demanda que, queramos o no, existe, más allá de utilizaciones interesadas. Es peligroso jugar con la legalidad cuando a uno le beneficia y blindarla cuando a ese uno no le conviene.
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A lo que iba, a este país le hace falta una revisión profunda de todas sus prótesis porque, si no es así, al final los que abdicaremos de nuestra confianza y paciencia seremos los ciudadanos de a pie.

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