Patio de monipodio

Echar la siesta

Reposar un rato después del almuerzo, en una tierra dónde es imprescindible el aire acondicionado, aunque se haya sido de los últimos en disfrutarlo, podrá ser una necesidad

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No es lo mismo que echarla en sentido de expulsarla, como pretendían sus detractores. ¡Cosas veredes! Durante tiempo –y tiempo y tiempo- el estoicismo mezclado con la réplica, mordaz cuando se podía y alguna ración de ingenio, han dado respuesta a la crítica. Crítica carente de mordacidad e ironía -pues para ser irónico es preciso ser inteligente- desde dónde se tachaba de vagos a los andaluces por “hacer” la siesta después del almuerzo. (Se entrecomilla la falta de rigor de quienes se permiten corregir y no se sonrojan ante su propio nulo respeto a los tiempos y a los verbos. Que esa es otra. Porque la siesta se practica o se echa, pero no se puede hacer).

Reposar un rato después del almuerzo, en una tierra dónde es imprescindible el aire acondicionado, aunque se haya sido de los últimos en disfrutarlo, podrá ser una necesidad. Aunque la indocumentación supina de tanto “ser superior” pseudo europeizado, se permitiera demonizarla. Traen el recuerdo de aquel norteño, tan gran empresario como crítico con la costumbre meridional, quien, invitado por Domecq a visitar sus viñedos, reconocía su error cuando pedía a gritos un descanso, tres horas antes de que terminaran los braceros. Ahora la ciencia viene en nuestra defensa, mientras la costumbre se extiende, no ya a toda la península ibérica, sino a gran parte del mundo. Ya no somos vagos: científicamente probado.

Estudios realizados en varias prestigiosas universidades, entre ellas la de Harvard, han demostrado que la siesta es un hábito saludable, pues repercute favorablemente en el organismo humano. Tanto, que aumenta la productividad en el trabajo ¡un treinta por ciento! Como consecuencia, también reduce el absentismo y los accidentes provocados por la falta de sueño. La Universidad de Barcelona mantiene, por su parte, que dormir la siesta protege contra el estrés y las enfermedades cardiovasculares y repara las funciones del cerebro. (¿qué dirán los abuelos de estos profesores…?).

La de discusiones que nos habríamos ahorrado si estos científicos hubieran nacido antes.
Con todo, lo mejor son los números: la siesta la duerme un 22% de alemanes, un 16% de italianos, un 15% de británicos y… un 8% de españoles, según los encuestados. Es que allende Despeñaperros todavía no se han enterado. No obstante, ya hay quien la llama “yoga ibérico” Tan rápidamente se apropian lo que hasta ayer despreciaban. Idioma, flamenco, toros… todo pierde su carácter andaluz en cuanto pasa a merecer respeto ¿también nos van a negar el yoga tartésico?
Los andaluces no éramos más vagos: éramos –somos- más viejos.

Es lo mismo. Después de esto nos queda sonreír.

Nos queda lo que nunca podrán quitarnos por más que lo envidien: El sentido del humor.

El buen humor.

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