Que se sepa, éste no tiene abierta ninguna causa en ningún juzgado. Y no sólo eso, la campaña gallega se ha intentado proyectar en España recurriendo al insulto y a la infamia, cuando no a la creación de falsos debates sobre el gallego y el castellano que, vistos desde Galicia, son simplemente ridículos. Incluso se llegó al extremo de entrar en la vida personal del vicepresidente de la Xunta, el nacionalista Anxo Quintana, y de que un dirigente del PP llamase “maricón” –así, con todas las letras– a un candidato socialista. Euskadi, mientras tanto, pasaba prácticamente inadvertido, dando lugar a un escenario político y mediático, cuando menos, inusual en España.
Obviamente, Galicia tiene poco que ver con la imagen que de ella se ha querido proyectar en el resto de España, lo cual, nos permite reflexionar a todos sobre hasta qué punto nos interesa saber lo qué pasa o preferimos el jaleo y el escándalo, tenga éste o no fundamento. ¿Hacemos lo mismo cuando hablamos de Irak o de Israel? ¿O sólo nos suceden estas cosas cuando caricaturizamos las realidades políticas de Cataluña y Euskadi, y ahora sumamos Galicia a la lista de los que nos parecen raros, solo por ser diferentes? ¿Se trata acaso de interferir en los procesos electorales a favor de alguien?
Los medios de comunicación desempeñaron un papel determinante en la Transición y recuperaron, en poco tiempo, el prestigio perdido bajo las tinieblas de la dictadura de Franco. ¿Están –estamos– haciendo ahora los deberes como en los mejores momentos o, por el contrario, la crisis –nuestra crisis– va más allá de las ventas y la publicidad?
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