Este miércoles, dos días antes de lo habitual y de su estreno en Estados Unidos, irrumpió en los cines españoles Lobezno inmortal, la segunda película en solitario del mutante de las garras de adamantium al que vuelve a dar vida Hugh Jackman. Ya van seis... y habrá más.
Dirigida por James Mangold (En la cuerda floja, El tren de las 3:10), que se hizo cargo del proyecto después de que Darren Aronofsky protagonizara una espantada de proporciones bíblicas, la trama de Lobezno inmortal se sitúa tras el final de X-Men: La decisión final, la última entrega de la trilogía original.
Tras un prólogo que justifica argumentalmente el resto de la aventura, Lobezno inmortal nos presenta a un Logan que vive atormentado por el trágico papel que desempeñó en el desenlace de la gran batalla de los mutantes.
Nuestro protagonista es ahora un vagabundo que malvive en el corazón de los bosques aislado de todo y de todos aferrado a una botella de whiskey y a un recuerdo: el de Jean Grey, la amada a la que mató con sus propias garras.
En estas está nuestro viejo lobo -borracho, intimando con los osos y hablando en sueños con Famke Janssen en camisón- cuando de repente una joven y letal japonesa irrumpe en sus trifulcas domésticas.
Se trata de Yukio (Rila Fukushima), la enviada de un viejo amigo al que salvó la vida durante la Segunda Guerra Mundial. El anciano moribundo es Yashida (Hal Yamanouchi), un poderoso hombre de negocios que quiere despedirse de Logan antes de morir. Pero este sentimental adiós esconde un regalo envenenado.
PROPÓSITO DE ENMIENDA
La segunda película de Logan en solitario logra enjugar el mal sabor de boca que dejó la muy mejorable X-Men Orígenes: Lobezno (2009) pero no mantiene el nivel exhibido por X-Men: Primera generación (2011), la última y más notable película basada en los mutantes de Marvel. Lo primero era el mínimo exigible, lo segundo tan solo una ilusión.
Sólida y muy llevadera en su parte inicial, con un puñado de escenas de acción muy logradas -especialmente el enfrentamiento de Lobezno con la yakuza en el tren de alta velocidad- tras su primera hora Lobezno inmortal va cayendo poco a poco en barrena. La energía inicial se diluye y el desarrollo se atasca en una historia farragosa, que no compleja, lastrada por excesivos clichés, un romance que se presenta demasiado forzado y el comportamiento errático de algunos personajes.
Por suerte, y a pesar de vivir atormentado por lo que hizo y por lo que es, Logan parece ser de los pocos que sabe lo que quiere... incluso cuando cambia de opinión. Un buen surtido de poses luciendo garras en los imponentes escenarios nipones, un manojo de frases lapidarias y algunas de sus mejores peleas le bastan a Jackman para demostrar -otra vez- que él y solo él es Lobezno.
LA DENTELLADA FINAL
Y a pesar de que es bastante posible que el espectador termine un tanto desencantado tras la culminación de este Lobezno, esté o no entregado al fenómeno mutante no conviene que se apresure a abandonar su butaca. Háganse un favor y disfruten unos minutos más del aire acondicionado de la sala porque tras los créditos finales -mejor dicho, después de la primera parte de los mismos, lo que se agradece y mucho- les espera una escena que es sin duda lo mejor de toda la película.
Es precisamente esa última y certera dentellada la que redunda en la amarga sensación de que Lobezno inmortal ha sido simplemente un aperitivo con sabor oriental -un entretenimiento digno pero algo ramplón- de lo que está por venir. Una cinta que ha perdido la oportunidad de enriquecer mucho más el universo de los X-Men ante la orgía mutante que nos espera de la mano de Bryan Singer.
La cita, en la primavera de 2014.
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