Si esperan hallar en esta crónica casetas, sevillanas, cacharritos y churros, no lo van a encontrar. Es un pequeño repaso, particular evidentemente, de algunas de las gentes que viven y sobreviven a la feria, sea porque viven junto al Real, porque trabajan o, simplemente, porque son sitio de paso…
La feria es algo más que el Real y si no, pregúntenle a los cientos de vecinos que desde dos semanas antes viven su feria particular: cierran aparcamientos antes de que llegue el fin de semana de preferia, si no les ha llegado la acreditación del coche deben ir con el carné en la boca para llegar a su casa (literal, cada dos esquinas hay un policía) y si te toca trabajar en feria (fuera de, se entiende), lo más práctico es, simple y llanamente, exiliarse.
Claro, pero tienen la feria a tiro de piedra… y también el botellón (vale, menos que hace unos años pero existe), el paso continuo y a casi todas las horas del día y la noche (especialmente en los festivos) de grupos, grupúsculos e incluso autobuses con el soniquete de las sevillanas, alguna que otra caja y más de una pandereta, con el erre que erre de siempre y con letras que, la verdad… “Suena la margarita…” o “Yo tengo unos palillos…” tienen ya unos cuantos años. Décadas más bien…
Los vecinos soportan estoicamente la feria, con la recompensa de que ellos al menos no tendrán que subirse en autobuses o metros masificados, ni terminar la tarde o la noche con una media maratón –al ritmo que el estado lo permita- para alcanzar el vehículo. Ni soportar colas de taxi, ni asaltar contenedores o portales para evacuar porque tienen su cuarto de baño muy pero que muy cerca. Pero tienen que soportar la “educación” de la gente: difícil calibrarla en una fiesta tan masificada, a la que va tan variada cantidad de personas y que muchas veces ni Lipasam ni siquiera la Policía puede minimizar. No es extraño encontrarse algún que otro bello (o bella) durmiente en portales o aceras, ni tampoco discusiones entre parejas o el cántico desentonado de la exaltación de la amistad, sí, ese que siempre termina con cánticos regionales, ya me entienden.
Estoicamente, con una sonrisa, un baile y a dormir con tapones en los oídos, ahora menos tupidos que antiguamente gracias a los límites de decibelios. Aún así, como venga el viento con un poco de crueldad, lo normal es tener pesadillas con el perrito piloto, la chochona o lo que esté de moda ese año en cuestión… Así es normal que el viernes a medio día la desbandada sea generalizada por la zona a la playa o al campo, que allí seguro que se pueden tomar una manzanilla y un plato de jamón con más tranquilidad y, lo más probable, más barato.
El currante
Similar estoicismo le toca al currante, no el de feria, sino el que trabaja durante la feria. Si vives cerca del Real, ya sabes que lo del aparcamiento es el infierno a no ser que tengas plaza de aparcamiento, pero si tu línea de autobuses o la del metro es también una de esas especiales que se vuelcan sólo en la feria, ya sabes que el suplicio es completo. E ir a trabajar a las siete y media de la mañana codeándote con el olor de siete horas de casetas, sevillanas y mucho rebujito o unos cuantos cubatas, como que no apetece, y eso cuando no te toca armarte de paciencia con las “conversaciones” que algunos tienen a esas horas, o hacer de médico porque el de turno o se cae o está a punto del coma etílico, que de todo hay en la viña del señor.
Pero también hay quien trabaja durante estos días –arreglar una avería en plena calle de paso al real, como es López de Gomara, también entra en el grupo- y la pregunta que tienen que soportar siempre es la misma: ¿pero no vas a ir ni un ratito? O peor, ¿no has podido escaquearte? Como si estuviera ahora la cosa como para quitarse de en medio o fuera una obligación ir para la feria. Y los miran extrañados –o teniéndoles pena, que es peor- mientras se dirigen a la caseta… Los que arreglaban la avería se encogían de hombros medio sonriendo… Y mañana más, decía uno señalando al que le toca de guardia el día de fiesta.
Otro grupo importante de los alrededores de la feria son los bares cercanos al real. Habitualmente, muchos y no tiene por qué ser de la zona, organizan su particular noche del pescaíto, primero para los que no van y segundo porque trabajan. Pero en la zona es habitual decorar incluso el bar, colocando lunares, farolillos y cortinitas al estilo de la caseta: hay que aprovechar el tirón aunque todos reconocen que, aunque haya más gente y se suele hacer algo más de caja, pasa igual que en las casetas: una tortilla y catorce tenedores… Y encima, aguantar al que viene de la feria, que suelen conformar dos grandes grupos: los que vienen cansados, deseando ir al servicio y comer algo, o los que vienen con la feria encima y esos, son los peores…
Lo bueno de estos sitios es que no suele haber aglomeraciones, se puede entrar en el servicio sin colas kilométricas y se ve parte de la feria: el desfile de trajes de flamenca (no a todas les sienta bien y lo de las flores…), los atuendos más que llamativos que llevan algunos que no tienen nada que ver con la feria o son uniformes para vender en ellas (fuera del real llaman demasiado la atención) y muchos caballistas, especialmente de retirada, cuando ya los echan del real y una ya no sabe si es el equino el que lleva al caballista o éste se deja llevar mientras el pobre animal busca instintivamente su refugio. Eso sí, tienen preferencia y sin van por mitad de la calzada, a los coches les toca o adelantarles cuando puedan o esperar a que llegue el semáforo para sobrepasarles.
Y me dejo muchas cosas en el tintero: hay tiendas que no cierran durante toda la semana para aprovechar el tirón; hay quienes se mimetizan con la feria y todo lo que venden, distribuyen o transportan tiene que ver con casetas, trajes de flamenca o bebidas (aunque haya controles, no hay ni un año que no cierren alguna, prueba más que evidente de que los hay); y hay el que ni va a la feria, el que la soporta asegurando durante toda la semana que no piensa poner los pies en el real… Al final, aunque sea la noche de los fuegos, siempre cae porque la tentación es difícil de controlar.
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