Bruce Willis se mete por quinta vez en la piel de John McClane y viaja hasta Rusia para, haciendo gala de su sutileza habitual, reencontrarse con su hijo.
Unos cuantos años después de resucitar cinematográficamente para meter en vereda a su hija, y salvar el mundo de la amenaza ciberterrorista, John McClane vuelve a la carga para compartir con su hijo persecuciones, tiroteos, mamporros y explosiones en 'La jungla: Un buen día para morir'. Una cinta con la que, ya de paso, celebra el cuarto de siglo de la exitosa saga.
John Moore, que desde Max Payne no parece haber aprendido demasiado, firma esta excesiva desvergüenza carente de cualquier sentido del pudor que únicamente se sustenta en el añejo carisma que aún conserva su protagonista. El dedo acusador no debe tampoco olvidar a Skip Woods, guionista responsable de los libretos de joyas como Operación Swordfish, Hitman o El equipo A.
RUMBO A RUSIA
En esta ocasión el viejo John se entera de que su hijo, al que da vida Jai Courtney (Spartacus: Sangre y arena), está preso en una cárcel de Moscú. Hace años que no se hablan, pero un padre es un padre. Así que, ni corto ni perezoso, McClane se sube a un avión rumbo a Rusia para intentar arreglar las cosas, pero esta vez está decidido a no liarla. Se lo ha prometido a su hija (la en esta ocasión fugaz Mary Elizabeth Winstead).
Ya en tierras rusas, descubrirá que su vástago es un agente de la CIA que vela para que políticos corruptos y belicosos no se hagan con el poder en el Gobierno ruso. Y como, a pesar de que su propósito de enmienda era sincero y decidido, a John los años le han enseñado muchas cosas pero no a estarse quietecito... tenemos a dos McClane armados y enfadados -con los malos, y entre sí- sueltos por Moscú. Un poder de destrucción que ni siquiera la Madre Rusia es capaz de soportar.
Y en este punto, con la raquítica trama ya planteada, entrar en cualquier tipo de reflexión sobre la calidad cinematográfica de La jungla: Un buen día para morir más allá de su consideración como militante del segmento nostalgico-palomitero más puro -y duro- sería tan inútil como preguntarse por qué Hollywood desenterró un cadáver tan bonito como el de John McClane.
Pero lo cierto es que lo hizo -hace ya casi cinco años- y que, como otros productos de corte similar -ahí están los regresos de Rocky, Rambo o la saga Los Mercenarios- vuelve a ser una cinta únicamente indicada para quienes añoran a los héroes ochenteros. Ellos, y solo ellos, podrán pasarlo en grande viendo a los McClane destrozándolo todo mientras el viejo John suelta los mismos chascarrillos a diestro y siniestro.
DESGASTE Y EXAGERACIÓN
Y es que, como ocurría en la anterior entrega de La Jungla, una parte de la esencia de la saga -la del 'cowboy' solitario convertido en héroe involuntario- se ha difuminado totalmente y la otra -en la que McClane se las ingeniaba para acabar esbirros que, en el mejor de los casos, le quintuplicaban en número- se ha exagerado hasta convertir los desmedidos fuegos de artificio en el fin y no en el medio.
Al resto, a quienes no recuerdan con cariño a Bruce Willis en camiseta blanca de tirantes y con los pies ensangrentados, les parecerá una cinta mediocre con una trama cuanto menos absurda. Una deslavazada concatenación de secuencias de acción tan aparatosas como inverosímiles. Y aunque servidor sea de los primeros, de los que aplauden a rabiar con el "Yippee-ki-yay", el resto tiene toda la razón.