Atender a quienes sufren

Hay noticias recientes sobre gastos suntuosos, precisamente en un tiempo ?éste que vivimos? en el que hay que procurar cuidar mucho lo que se gasta para poder tener lo necesario cada día...

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Hay noticias recientes sobre gastos suntuosos, precisamente en un tiempo –éste que vivimos– en el que hay que procurar cuidar mucho lo que se gasta para poder tener lo necesario cada día; pero es que resulta, además, que hay quienes tienen unos ingresos muy escasos, tan escasos que no saben cómo podrán organizarse para subsistir. Está a la vista de cualquiera que vaya por las calles de cualquier ciudad. Son los escaparates de la actualidad.

Hay gente que camina con lentitud, a otro ritmo bien distinto de quienes tienen algo que hacer, una ocupación, una cita de trabajo o de cualquier otro tipo. Aquellos hasta parece que entorpecen el paso de estos otros y le dedican sólo la atención precisa para esquivarlos. ¿Es así cómo hay que caminar en la vida? ¿Dando de lado a un hombre (a un ser humano en general), nada menos que a un hombre que no puede ir al ritmo que exige la actividad, porque no tiene trabajo del que ocuparse? Es necesario ir algo más despacio, al ritmo que es preciso para darse cuenta de la realidad de la vida; de la vida de todos, porque de todos es necesario ocuparse.
¿Por qué esa selección de la gente, ese ocuparse de unos y dejar a otros sin la atención que necesitan y que merecen? Parece como si las castas hubieran ocupado un cierto orden, a gusto y conveniencia de quienes están en posición de dominio. No es esa la forma en que se debe actuar; es injusta y, además, torpe. Daña a la gente y se daña, también, a los organismos en que se apoya la estructura funcional de la sociedad. ¿Cómo es posible que personas sin preparación suficiente sean elegidas para ocupar puestos importantes? Por mucho que pudiera ser su interés, no será suficiente para hacer funcionar adecuadamente lo que necesita conocimientos técnicos importantes y experiencia probada en ello.

Son demasiadas las aventuras que se han venido haciendo en asuntos básicos para el funcionamiento de la sociedad sin tener en cuenta las diversas características de la gente, se ha ignorado su condición de hombres libres privándoles, incluso, del sentido espiritual que da razón a la vida.

El resultado de todo ello es una sociedad confundida y molesta por las dificultades que se han ido presentando a lo largo del tiempo y que ahora han dado lugar a una grave situación de crisis, con el hundimiento de la economía y gran cantidad de gente en paro y que, además, se siente engañada. Esperaba otra cosa; sobre todo veracidad y seriedad.

Y parece que quienes deben solucionar esas y otras dificultades, que se padecen por la gente, no acaban de darse cuenta de lo que ocurre. O tal vez no quieran hacerlo y en su lugar siguen aventurando. Quizá les falte la humildad necesaria para salir a la calle, como cualquier otra persona corriente, y observar lo que en ella ocurre. Vean a la gente pasar frío mientras imploran una limosna a la puerta de los templos, al lado de un vendedor de cupones, a la puerta de un mercado de cualquier lugar. Vean también a esas personas a las puertas de los centros de empleo y también a aquellas que van sin rumbo por las calles.

Toda persona necesita esa ayuda especial que se proporciona con una palabra amable, un gesto sincero de amistad, un deseo de que termine pronto y bien esa situación difícil y angustiosa que se está pasando. Eso vale muchísimo más que la oratoria desbocada en la tribuna preparada para que se luzca el orador ante un público adicto o conformista.

No es hora de grandes discursos sino de palabras sencillas, claras y adecuadas a la verdad de la situación. Siempre se irá junto a quien sepa pedir sacrificios, habiéndolos aceptado antes para sí mismo. Trabajar juntos con un mismo espíritu de entrega llena de gozo el alma y crea unos lazos fuertes de comprensión y deseos de luchar por el bien común.

Atender a los que sufren con hechos claros y con palabras que sean sinceras. Nada se logra sin esfuerzo y no viene nada mal, en cualquier caso, esforzarse por aceptar con humildad el error que se haya cometido; y sin echarle la culpa a nadie. No olvidemos a San Juan de la Cruz: “A la caída de la tarde nos examinarán en el amor”.

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