Guerrero arranca la obra con una cita de Gabriel García Márquez que es toda una declaración de intenciones: “No hay medicina que no cure la felicidad”. Porque lo que pretende expresar con su relato es la historia de un niño “que ha logrado sobrevivir gracias a la sonrisa y a sus ganas por aferrarse a este mundo”, con el objetivo de que emocione y se convierta en un “abrazo a todos esos corazones solidarios” que han hecho posible su recuperación a lo largo de los últimos tres años.
“Desde el principio fue una historia que me llegó al alma -explicaba ayer el autor-: un padre luchador y una madre sufridora entregados por su hijo. Una historia con sentimientos, incertidumbres, resignación, alegrías, soledades... Sin embargo, como no podía colaborar económicamente, me ofrecí a elaborar este libro para que contribuya a seguir recaudando fondos para sus tratamientos”. A la hora de desarrollar la historia, Guerrero ha optado por un doble punto de vista. En primer lugar, el imaginado del propio Marcos ante su enfermedad y el mundo; y, el segundo, el del sufrimiento de sus padres; “aunque por encima de todo prevalece la figura de un niño que nos da una lección sobre la dureza de la vida y cómo superarla. Ese es el mensaje del libro, que no hay que caer ante la adversidad y superar cada obstáculo, que no hay que rendirse nunca”.
La historia de superación de Marcos, no obstante, no acaba con la última página del libro, pero el optimismo desde el que se invita a afrontar su caso sirve de aliento a sus padres, que ayer agradecieron al pueblo de Jerez el hecho de que su hijo camine gracias a tantos apoyos recibidos, como ayer mismo el de Rubén Guerrero
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