La gloria del toreo

La contribución de Juan José Padilla a la fiesta de la tauromaquia va más allá del significado de su reaparición tras su gravísima cogida en Zaragoza

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El matador de toros, Juan José Padilla, fue ayer portada de la mayoría de periódicos publicados en toda España. Lo había sido incluso, en la previa a la corrida de Olivenza, de la del New York Times, como señal inequívoca de la enorme trascendencia que acarreaba su regreso a los ruedos tras la grave cogida sufrida el pasado mes de octubre en la corrida de las fiestas del Pilar de Zaragoza. Hacía tiempo que un torero no despertaba tal expectativa mediática. De fondo, sí, el drama personal, el esfuerzo y la superación, la fe, la entrega y la consumación de un sueño: todo eso que la mayoría de medios anhelan contar cada día, personificados ahora en una sola persona, en un torero. Pero Padilla, como ya había advertido, no volvía a los ruedos “para dar pena”, sino para reivindicar su valía y su arte en los lances de la suerte ante el toro; en suma, para alcanzar de nuevo la gloria reservada para los más grandes en tan noble e incomprendido oficio, de manera que aquella imagen del torero jerezano con el rostro atravesado ha quedado desterrada por completo por esta otra de su salida triunfal por la puerta grande de Olivenza. Y sin embargo, detrás de la reaparición de Padilla no solo está la historia del torero que ha conmocionado a medio mundo, también, y es lo definitivo, su colosal contribución a un arte vilipendiado que este domingo reconquistó la emocionante grandeza de su razón de ser, a mayor gloria del toreo y de sus enaltecidos aficionados.

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