La historia viva de las pedanías de la mano de los colonos

La zona rural se desarrolló en los años 50 y 60 gracias a la llegada de los colonos

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Aunque para muchos les resultará difícil creerlo el origen de las pedanías de Jerez se debe a una enfermedad de las viñas, la conocida como filoxera. Como no podía ser de otra manera en una ciudad donde todo giraba en torno al vino, en el año 1900 con las viñas enfermas los jerezanos se unieron para pedir la construcción del pantano de Guadalcacín. Pero la construcción del pantano trajo consigo el problema de convertir 12.000 hectáreas en tierras de regadío, unas tierras que nadie estaba explotando. Es por esto por lo que en el año 1939 se creó el Instituto Nacional de Colonización, un organismo que nace con la intención de reubicar a padres y madres de familia sin recursos y sin trabajo en estos “nuevos pueblos” para que explotasen la tierra y enriquecieran la zona.
Es a partir de los años 50 y a través de decretos cuando se inició la construcción de La Barca, Estella del Marqués, Guadalcacín, Nueva Jarilla, San Isidro del Guadalete, Torrecera y El Torno. Las siete formaron parte de este plan de colonización, un plan que según el escritor de “Guadalcacín y Caulina en relatos”, Simón Candón, “fue un verdadero éxito en el momento porque dio muchas oportunidades”.
El Instituto Nacional de Colonización creó unas pautas simples y precisas para otorgar las viviendas y parcelas a los nuevos colonos. En primer lugar se realizaron estudios socio-económicos en pueblos como Paterna, Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules o Alcalá del Valle. De estos estudios se dedujo que había una población empobrecida y sin recursos en esta zona, es por esto por lo que se dio la posibilidad a los padres de familia de que solicitaran la concesión de las viviendas en los nuevos pueblos de colonización. A través de una inscripción en los Ayuntamientos de origen se iniciaban los trámites para recibir la concesión, sin embargo, había que cumplir una serie de requisitos para obtener dichas propiedades. Entre estos requisitos destacaban el saber leer y escribir, tenter entre 23 y 50 años, estar casado o viudo con hijos y la curiosa petición de “tener moralidad y conducta respetable”.
Una vez aprobada la concesión se les entregaba una vivienda con dependencia para los animales, los populares “barracones” y una parcela que podía ir desde las dos hectáreas o las cuatro, dependiendo de la zona.
Muchos colonos recuerdan aquella época con nostalgia, si bien es cierto que algunos que afirman “qué mal lo pasábamos en los barracones y qué hambre pasábamos, muchas veces lo que cogíamos en el campo no nos daba para comer”, otros lo recuerdan como una época de oportunidades y de comunidad “eran otros tiempos, se compartía más y nos ayudábamos, el trabajo en el campo era muy duro y las condiciones de vida no eran las de ahora, pero también había momentos muy buenos”.
La mayoría de ellos coinciden al afirmar que llegaron hasta los que ahora “son sus pueblos” con mucha ilusión por empezar una vida nueva. Explotaban la tierra en concesión y de la producción que obtenían un parte iba al Instituto para cubrir los gastos de la vivienda y la parcela, unas viviendas y unas parcelas que, pasados 30 años, son propiedad de los colonos que en aquellos años se arriesgaron a dejar sus lugares de origen para levantar lo que ahora son las pedanías de Jerez.
El escritor Simón Candón explica en el libro que ha escrito junto con el director provincial del IARA (Instituto Andaluz de Reforma Agraria) “Guadalcacín y Caulina en relatos” que “hay que desmitificar la imagen que hay en todo el mundo de que aquello fue malo, hay que dejar la política a un lado, y al margen de la política, desde un punto de vista social, esto fue un éxito, fue la mayor colonización que se ha realizado en España”.
Lo que ya no está tan claro es que aquella operación fuese ideada con la sola idea de ayudar a las personas sin recursos a prosperar, para muchos es evidente que los creadores de este programa de colonización buscara mano de otra barata para explotar las nuevas hectáreas de regadío en una zona sin habitar a la que, gracias a los colonos, empezaron a sacarle beneficios. Ante esa polémica pocos son los colonos que quieren pronunciarse, para muchos lo ocurrido en aquella época “fue duro, pero también fue una oportunidad única, gracias a ella pudimos progresar y criar a nuestros hijos y tener todo lo que tenemos ahora”. Otros lamentan algunas irregularidades que no pueden denunciar porque tampoco pueden probar, pero que quedan en la retina de su memoria, memoria viva de la historia de la zona rural de Jerez.
Una sola pena acompaña a los colonos y a los hijos e hijas de los colonos, y es que ese proyecto que fue ideado para explotar la industria agraria y enriquecer Jerez se haya quedado con el paso del tiempo en solo eso, un proyecto. Los expertos atribuyen el fracaso de estos pueblos agrarios al progreso acelerado y la maquinización de la agricultura, pero casi todos dirigen sus acusaciones hasta un solo culpable, la Política Agraria Común, una política que no ayuda a la producción y que ha condenado a estos colonos a abandonar la agricultura para poder sobrevivir y a estos pueblos a convertirse en “pueblos dormitorios”.

Simón Candón. Escritor e hijo de colono
Simón Candón es el co-autor del libro de reciente publicación “Guadalcacín y Caulina en relatos”. Este libro, presentado en el teatro municipal de la pedanía jerezana, explica en 14 relatos el porqué de la creación de Guadalcacín y las colonias de Caulina y quiénes fueron los primeros en habitarlos y explotar estas tierras. Candón explica que no es un libro de testimonios, sino un relato técnico-literario, donde él, hijo de colonos ha puesto la literatura y el sentimiento y Juan Blanco (IARA) ha puesto los datos técnicos.
¿Cómo se lo ocurrió escribir este libro?
—Se me ocurrió porque quería investigar sobre la creación de mi pueblo y, al mismo tiempo, quería desmitificar la mala imagen que había de aquella época.
¿Cuál es su relación con Guadalcacín?
—Yo me vine a vivir a Guadalcacín con mis padres cuando tenía dos o tres años. Estuve aquí hasta los catorce, edad en la que me fui a estudiar a Sevilla. Me he criado en todas partes, pero me siento de Guadalcacín y por eso he vuelto.
¿Cómo han recibido sus vecinos el libro?
—Hay de todo, siempre hay a quien le gusta más y a quien le gusta menos. Pero en general la el libro está teniendo muy buena acogida, los vecinos están muy contentos porque es un libro que cuenta la historia de Guadalcacín y Caulina con un personaje muy especial como acompañante, ’Penque’.
¿Quién es ‘Peneque’?
—Es el personaje central, al que se le va contando porqué se crean los pueblos de colonización y como fue la historia de los que los poblaron. No se desvela su identidad hasta el final del libro.
¿Se ha emocionado mucho escribiendo este libro?
—Mucho, me he emocionado, m he reencontrado con mis raíces y, sobre todo, he aprendido mucho porque he descubierto cómo se hicieron las cosas y porqué. Además, me he llevado un gran amigo, Juan Blanco, una persona que no conocía y que me ha enseñado también mucho.
La época de la colonización fue una época difícil, ¿Por qué dice usted que hay que desmitificarla?
—Porque es cierto que se pasó mucha hambre, era la época de la posguerra y había mucha necesidad, pero también fue una oportunidad única para muchos que ojalá se volviese a repetir hoy en día. Hoy más que dar viviendas las quitan.
¿Cree que sería posible que eso se volviese a dar hoy en día?
—No creo porque hoy en día la agricultura está acabada, en gran parte por la Política Agraria Común, no se puede vivir del campo.
Con el paso del tiempo ¿cree que la iniciativa fue un éxito o un fracaso?
—Un fracaso si se tiene en cuenta la idea con la que se creó, ya casi no quedan agricultores. Pero si ha sido un éxito en cuanto a la creación de los pueblos que cada vez progresan más.

El difícil camino desde Arcos hasta Estella encima de un tractor
Hay circunstancias que hacen que las personas se hagan fuertes. A veces la vida no es fácil y mucho menos para esas personas que con su trabajo han levantado tantos pueblos y que ahora son olvidadas por el paso del tiempo.
María se quedó viuda con tan sólo 30 años, en ese momento tenía cuatro hijos, el más grande cuatro años y el más pequeño de seis meses. La suerte le fue esquiva, además de dejarle sin un marido, las circunstancias le negaron pensiones por viudedad o por sus hijos. Ella lo recuerda “salí sola adelante, yo sola crié a mis hijos, sin ayudas y sin nada”.
Ante las duras circunstancias María decidió irse a trabajar a Francia para ahorrar algo de dinero y así mantener a sus hijos. No guarda un buen recuerdo de aquella experiencia, sin embargo, a su vuelta a Arcos, lugar donde vivía su familía, encontró la ayuda del alcalde de esta localidad. Este alcalde le tramitó la solicitud para conseguir una vivienda y unas tierras para trabajarlas junto con sus hijos. María recuerda con nostalgia “tuve que arreglar muchos papeles e ir a muchos sitios, yo a penas sabía de nada”.
Pero tras la espera a María la llamaron del IARA para comunicarle que se le entregaría la concesión de una vivienda en Estella del Marqués con una parcela para que la cultivase. En ese momento los nervios y la ilusión se hicieron con la joven viuda, una condición que le acompañaría toda su vida porque ya para siempre sería conocida en Estella como “María la viuda”.
El camino hasta Estella no fue nada fácil, su padre, sus dos hijos mayores, “lo poco que tenía” y ella se dirigieron desde Arcos hasta Estella encima de un tractor. Por el camino los nervios y la incertidumbre de no saber qué se encontrarían al llegar al nuevo destino. En el pueblo les esperaba el que fue Policía Municipal durante años, conocido por todos como ‘Morales’. Él les llevó a la que sería su casa hasta el día de hoy. Cincuenta años viviendo en Estella que comenzaron con mucha lucha y mucho trabajo.
Poco tenía que ver lo que se encontraron María y sus hijos al llegar con lo que ellos se habían imaginado. Una casa sin luz, sin agua y llena de los desperdicios de vacas. Una casa que era un salón, una cocina y dos habitaciones, una casa cuyas ventanas y puertas fue comprando y colocando María con el paso de los años, una casa que, gracias al esfuerzo de María se convirtió en el hogar que es hoy en día para ella, sus hijos y sus nietas.
La vida de María, como la de muchos colonos, no ha sido nada fácil, no les regalaron nada y si que le quitaron mucho por el camino, sin embargo, personas como ella han hecho grande las pedanías de Jerez con su esfuerzo, su constancia y su trabajo sin descanso.

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