Leyó mucho a Simenon, por lo que el suspense siempre asoma al delicado romanticismo de sus obras. Mihura, al contrario que Jardiel, nunca trató de explicar nada en el tercer acto, sino que resolvía las comedias de manera poética. Cultivó, sobre todo, un teatro lleno de romanticismo, del que no se sabe qué dosis exacta había de los vaivenes de su corazón de hombre cojo. Un día, al final de su vida, comentó a un amigo escritor: “Mi última pasión fue una suiza que vino a hacerme una tesis. Pero aquello ya pasó, estoy muy viejo. Sin un amor así, ¿qué es lo que queda en la vida?”. Mihura hizo un teatro romántico, unas obras en las que el protagonista era el amor, aunque no se notara. Esto ocurre incluso en ’Tres sombreros de copa’ (que ahora reedita la colección Austral), obra vanguardista, sensacional, que en la década de los 80 conoció dos grandes estrenos en Madrid, en el María Guerrero y en el Español, y desde entonces casi no se ha representado más. En uno la protagonizó un Manuel Galiana extraordinario, y en el otro
un Luis Merlo menor. Mihura paseaba por General Pardiñas su talento y su melancolía, porque el médico le recomendó que caminara. Paseaba solo, pero no estaba solo. Fue muy amigo, entre otras, de la jovencísima Sarita Montiel que triunfaba en Hollywood con cara de india y morritos adolescentes. Sara Montiel, cuando hace unos años presentó sus polémicas ‘Memorias’, confesó: “Señores, a mí me desvirgó Miguel Mihura, y no ha habido otro como él”. De modo que cuando el tímido Mihura describía a Ninette, a Maribel o a Carlota, las heroínas de sus obras de teatro, lo hacía con gran conocimiento de causa. n
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