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El teatro de Samuel Beckett, como el de Ionesco y el de toda la vanguardia europea, ha sido muy poco representado en España. La censura de la época franquista lo prohibió. Y luego se topó con unos críticos teatrales en su mayoría muy poco comprensivos: Sostenían que aquellas obras del absurdo, escritas tras la Segunda Guerra Mundial, sobre las cenizas de una Europa derruida, no conectaban con la tradición cultural española.


El teatro de vanguardia quedó arrinconado por unas críticas feroces y un público poco receptivo. Las obras de Beckett, sin embargo, sí pudieron asomarse tímidamente a los escenarios. Entre otros: algunas funciones de ‘Esperando a Godot’ se pudieron ver en el desaparecido teatro Lavapiés de Madrid, con una Mayte Brick espléndida como protagonista, porque los dos vagabundos de la obra, Vladimir y Estagon, fueron interpretados por mujeres. Y el Centro Dramático Nacional estrenó en 1984 ‘Final de partida’ en el María Guerrero. Fue un ejercicio teatral complicado. Sobre el escenario había una sola intérprete, enterrada de medio cuerpo, que así se dirigía durante una hora y media al público. No todos lo entendieron.
Angela Merckel lo dijo hace unos días: “Europa atraviesa el peor momento desde la Segunda Guerra Mundial”. Y curiosamente en ese contexto se publica en España la primera novela de Beckett, inédita hasta ahora aquí, que tiene un título que parece sacado de Enrique Jardiel Poncela: ‘Sueño con mujeres que ni fu ni fa’ (Tusquets).
Los personajes de este libro cobran vida propia, juegan con el autor, no están sujetos a un destino cerrado y oscuro, como el de Vladimir y Estagon, que repetían: “¿Nos vamos?. No, no podemos. ¿Por qué? Esperamos a Godot”. Pero Godot no llegó nunca. Jamás hay que esperar un divertimento procedente de Samuel Beckett. Porque Beckett no escribe para entretener, sino para mostrar que el destino del hombre es el fracaso y la pérdida.

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