Vaya educación

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Érase una vez una tierra subdesarrollada donde los pequeños acudían a clase después de recorrer andando largas distancias, y estudiaban en pobres edificios de madera con techo de paja, sentados sobre el duro y frío suelo, gracias a la altruista labor de unos voluntarios, porque no había profesores ni se convocaban oposiciones para ellos todos los años. No había para libros gratuitos, ni tampoco para ordenadores, la educación bilingüe no se iba imponiendo y la ratio de alumnos por profesores no era de once u ocho según que se tratara de Primaria o de Secundaria.


Y pese a que en esta modestia, las pequeñas y pequeños eran felices, como no llegue el PP al poder, nunca tendrán una educación desarrollada y sin recortes, con maestros encantados de la vida a los que no se les machaca y por eso trabajan a gusto, en cómodos edificios y eso sí, sin ordenadores portátiles porque dejan miopes a los niños y niñas. Así terminaría el cuento que Ana Mato leería a sus hijos, sin despeinarse, ni azorarse, sin que le temblara la voz y sin que sintiera un come-come, porque una cosa es alelar a los hijos con fantasías y otra, mentirles y quedarse tan panchos. Ya se sabe que “la cuna del niño la mecen con cuentos”, pero a la hora de hacer política no está de más un poco de seriedad y de sentido común (y corriente, tampoco hace falta ser muy elevado). Porque además, que porvenir nos espera si la mano que mece la cuna es como aquella terrorífica de la famosa película ¿A que si se piensa da miedo? Pero, mucho peor que menospreciar sin fundamento y no rectificar es que además, quienes tienen que meterte las cabras en el corral (o lo que sea) encima te arropen, te defiendan, se empecinen en aquello tan torvo de que los que están equivocados son el resto, todos, y no yo. Si errar es de humanos, pero rectificar es de sabios, que cada uno tenga claro en qué grupo se quiere situar, porque verdaderamente, no parece muy acertada, aunque seguramente yo estaré equivocado, que la respuesta ante unas palabras cargadas de menosprecio, quienes te tienen que dar el tirón de oreja, te arropen y te pongan en valor, aunque sea con una expresión tan pobre que recuerda a esa personaje de la tele famosa por ser madre de la hija de un torero: “YO, POR MI ANA, MATO”.

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