Trump ha vuelto a las tramas del poder como las tortillas, horneado y con amigos importados. Demuestra que todo se puede lograr si trenzas lo suficiente los hilos del destino. Estoy segura que nos dará momentos gloriosos para aquellos que disfrutamos con lo estrambótico y truculento, porque estamos huérfanos de valores, en un mundo sin héroes como los de antes, mártires esforzados del día a día. Lo que nos sobran-eso sí- son bocazas de profesión, haters de cuchillo gordo y avinagrado que clavar en cualquier espalda virtual. Los visionarios de lo ajeno abundan en la inmundicia de desprestigiar, criticar a destajo y copiar. En eso último, hay especialistas en hacer carrera del mérito ajeno. Puedes ver, una y otra vez, los mismos consejos, las mismas recetas, los mismos rituales de maquillaje y hasta los mismos tutoriales de labores. Todo parece plagiado y duplicado al mucho por cierto, como Trump que sigue con los mismos gestos, el mismo flequillo de Tintin y la misma irrealidad flotando en torno suyo. Supongo que adolezco de vida porque antes todo me divertía y hasta Arguiñano me deleitaba con sus chistes sin gracia. Ahora en cambio, lo veo de cuerpo acartonado a la puerta del Ldl regalándome tristeza pronavideña, que no hay nada como pasar Tosantos para joderme el poco buen humor que me queda con los preparativos para la siguiente fiesta. Trump nunca fue santo de mi devoción. Demasiado grande, rubio y caucásico como un Ken preñado por el muñeco Michelín.
Nunca supe valorarlo como dirigente, pero como ocurrente no había otro igual porque sacaba estropicio de la chistera a poco que le tocasen las palmas. Esta civilización nuestra basada en que la gloria está en lo que eres y no en cómo eres, en qué es más importante cuánto tienes y cuánto puedes llegar a engañar, pare monstruos políticos que nos engullen las ganas. Nos hemos macerado los sentimientos, plegado el alma como platillo del air fryer, para volvernos codiciosos y estúpidos, dignos de ser gobernados por farsantes, porque nos parece más importante el grabarlo que el vivirlo o el fotografiarlo que el sentirlo. El amor siempre será real, como la lealtad, la honradez y las buenas personas, pero solo alcanzamos a ver a los que presumen de poder o riqueza cuando la posteridad sólo acopia colección de calaveras y huesos. Las estaciones pasan en el mostrador de un bazar de chinos con gente apilando objetos en estanterías, que consumimos y reciclamos en otra nueva estantería al instante siguiente. Nuestra vida se desangra en pixeles, en recuerdos fingidos sonriendo ante una cámara que nos mira con un ojo vacío, reflejándose en cada uno de nuestros “seguidores”.
Trump ha vuelto sin la frente marchita, ni las nieves del tiempo plateando su sien. Ha vuelto sin contrición, ni propósito de enmienda, para quedarse porque lo han elegido para un segundo mandato como en su momento los alemanes eligieron a alguien que supo trenzar- con concertinas- los hilos del destino para hacerse con el poder volviendo y volviendo hasta que estuvo a punto de cargarse medio mundo. Volvió el austriaco porque lo dejaron, vuelve Trump porque puede. Miramos y fotografiamos. Quizás ya estemos muertos sin saberlo.
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