El general Charles de Gaulle dijo, siendo ‘emperador’ de Francia, que no era posible gobernar a un país que tiene tanta variedad de quesos, como nos recuerda Francisco Umbral en un libro. Igualmente pudiera afirmarse de España que resulta imposible gobernar a un país con tal diversidad de localismos. El independentismo es un localismo por elevación. Carles Puigdemont ha pedido a Pedro Sánchez que se someta a una cuestión de confianza, “continúa demostrando que no es de fiar”, explicó, mientras percibe desde Waterloo la lenta pero insistente decadencia del independentismo entre los catalanes, que comprueban con la experiencia que, efectivamente, aquel uno de octubre de 2017 sólo constituyó una ensoñación, una ficción, porque los políticos no tenían programa, ni siquiera un papel con ideas de cómo sería la nueva Cataluña del día después. Puigdemont es un político siniestro. Pero divertido. Como se observa en aquella fuga de Barcelona ante las puertas del Parlament, el día de la investidura de Salvador Illa, Puigdemont tocado con un sombrero de paja y rodeado de los suyos, todos con idéntico sombrero, como sucedía en la sensacional película ‘El secreto de Thomas Crown’ (1999), protagonizada por Pierre Brosnan (solo que en el film iban con bombín y huían desde un museo). Porque quien necesita ganarse la confianza de los votantes de Junts, y de ahí tantos aspavientos políticos, es el propio Puigdemont, que tiene en Miriam Nogueras, la portavoz parlamentaria, a su brazo ideológico. Nogueras viene de gritar en Las Cortes: “¡Muevan el culo!” Muy alejada, pues, de aquella rica oratoria de Campmany, o de los versos coloristas, mundanos y sabios de Santiago Rusiñol. Para añadir: “Cuando alguien entra en Cataluña, la policía que tiene que ver es la catalana, la lengua que ha de aprender es el catalán, y el país que ha de respetar es Cataluña”. Resulta inimaginable que Juan Manuel Moreno afirmase que cuando alguien entra en Andalucía tiene que hablar andaluz, y si llama a un amigo por la calle ha de hacerlo al grito de “quillo”, como se hace en Huelva.
Pero actualmente todos los caminos políticos conducen a Puigdemont. La gobernabilidad de España depende de las alucinaciones del exilado en Waterloo, al que no importa nada España, según propia confesión, y anda enfadadísimo porque la ley de amnistía, que él exigió, aún no le ha favorecido personalmente, que era, claro, su primer propósito. Pero tiene la llave de la doliente política española. Tiempos canallas.
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