Era agosto y Luis Oliver estaba recién llegado a Heliópolis. Gordillo era la mejor solución para una entidad que con su nuevo propietario estaba condenada al fracaso según los entendidos en la materia. Bético de corazón, aceptó el reto. Junto a Juan Manuel Gómez Porrúa y Luis Ruiz de Huidobro. Sin estar dentro del consejo presidido primero por Pepe León y luego por Jaime Rodríguez Sacristán tocaba encontrar la luz al final del túnel. Intentar que su equipo volviera a ser un club de todos. No de unos pocos.
Pronto comenzaron las malas noticias. Oliver y sus hombres no eran partidarios de facilitarle las cosas. Meditó tirar la toalla... pero la repentina muerte de Gómez Porrúa le ayudó coger el toro por los cuernos y realizar hasta el final la misión encomendada. Tuvo paciencia hasta que el 13 de diciembre del año pasado fuera nombrado presidente.
Desde entonces, más buenas noticias que malas. Salvo lo sucedido en febrero, todo fueron buenas nuevas para un mandatario con fecha de caducidad... Gordillo tenía claro que se marcharía cuando el ascenso fuera una realidad. “La misión que me encargó la jueza cambió mi vida, en el sentido de que me convertía en algo que no tenía ni idea, ser administrador judicial. Fue desagradable por un lado, pero mi objetivo era sacar a estos personajes del Real Betis y de momento se ha logrado. Fueron meses duros. Luego, como presidente, acepté porque me convenció Juan Manuel. Estoy muy orgulloso de haber sido el presidente de este período”, comentaba durante la presentación de la nueva web oficial.
El 29 de junio dejaría de ser presidente. Dejaría de ser la cabeza visible de una entidad que le tendrá que estar eternamente agradecido. Miguel Guillén tiene todas las papeletas para ocupar su puesto. Esta noche se sabrá.
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