No hace falta una explicación extensa y sesuda para ver a dónde nos llevan las distintas corrientes que se camuflan bajo el nombre de “periodismo libre” (libre de cualquier deontología), de páginas y asociaciones con nombres que constituyen vítores a España (amamos España, España despierta, etc.), a dónde nos llevan los distintos casos de corrupción o mala gestión (caso Koldo, gestión de la DANA, las residencias de Ayuso...) y, en resumen, toda la vorágine informativa que venimos padeciendo en la última década.
Hay que partir de una base: el bipartidismo está de vuelta si es que alguna vez se fue. Una vez que Podemos ha perdido todo el potencial que tenía como alternativa, que Vox pierde fuelle víctima de sus propias inmundicias, que en el mismo espectro que la ultraderecha nacen nuevas formaciones como la de Alvise Pérez y que siempre quedan defensores de la abstención (algo inútil, por otro lado), las opciones reales de gobierno son las dos cuyos electorados votan en masa: PP y PSOE. Los de Ferraz tienen una masa de votantes más intermitente, que pueden abstenerse en caso de decepción pero que no explora otras opciones (el caso de Podemos así lo demuestra); los de Génova tienen unas bases que les apoyarán incondicionalmente aunque pillasen a sus dirigentes sodomizando a su perro.
Partiendo de esta base, podremos ver cómo todos los factores expuestos hasta ahora dejan un poso en forma de “todos los políticos son iguales”, “sólo están para forrarse” o, incluso, el triste “voy a votar al que menos me robe”. Nos han hecho ver a la clase política como un todo, un conjunto de personas cortadas por el mismo patrón. No obstante, hay diferencias entre unos y otros, pero hay que querer profundizar en sus discursos, programas políticos y líneas de actuación para verlas. Yo esta vez no voy a desgranarlas, quiero que lo haga usted, querido lector. Y es que sólo si lo hace por sí mismo, verá con sus propios ojos las diferencias, las propuestas y qué puede representar mejor sus ideas. Pero no, no todos son iguales.
Este poso al que me refería es la antipolítica. Es buscar la desafección de los ciudadanos. Como ya dije una vez citando una frase célebre, “si tú no haces política, otros la harán contra ti”. Y así es, esa es la meta. Cuando no tenemos tiempo ni ganas de analizar la política, entenderla e implicarnos, estamos dejándonos manipular a la hora de captar el voto y cediendo el poder sobre nuestros destinos cuando decidimos abstenernos. Si queremos un cambio real, sólo podemos hacerlo desde el conocimiento, el análisis y la iniciativa. Sólo podemos hacerlo nosotros. Ellos viven bien y lo que funciona no se toca. A nosotros nos toca implicarnos para que cambie y pase a funcionar a nuestro favor.
Es verdad que implicarse puede resultar pesado. Un auténtico peñazo, dicho en román paladino. Llegar después de una jornada de trabajo o de búsqueda de empleo, atender a tu familia, hacer tus trámites personales, lidiar con tus propios avatares emocionales..., son situaciones intrínsecas de nuestra vida que quitan las ganas de pringarse con más cosas. Pero, si quieres cambiar las cosas, hay que buscar la manera. Formarse e informarse, para que no nos engañen con piruetas lingüísticas ni con desinformaciones. Para que el bulo no derive en bajadas de impuestos que esconden más degradación para los servicios públicos. Necesitamos entender lo que ocurre a nuestro alrededor para que no nos engañen con un “primero los de aquí” que disfraza al racismo y la xenofobia. O para que la “democracia real” no busque envenenarte de antipolítica. No te dejes sacar del juego cuando puedes ganarlo.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es