En el surrealismo siempre hay que establecer la posición privilegiada del sueño, que, por otra parte, siempre ha estado presente, desde los tiempos más remotos, en la literatura, las artes y también en el pensamiento, el cual no cesa de manifestarse en el durmiente. Para los surrealistas, el sueño no puede ser considerado únicamente como un interregno omisible de la vigilia. De ahí que Breton hablara de la aplicación del sueño a la resolución de los problemas de la vida; de buscar en el sueño la clave del comportamiento consciente; de una razón más extensa y más allá de la razón consciente como transgresión de los límites ordinarios de la acción humana, para concluir en la construcción de una realidad absoluta, o
suprarrealidad, que aboliera las aparentes contradicciones entre la vigilia y el sueño.
A finales de 1922, según Aragón «una epidemia de sueño cayó sobre los surrealistas..., hay siete u ocho que sólo viven para estos momentos de olvido, donde, con las luces apagadas, hablan sin conciencia, como ahogados, gente en medio del aire...». Este período, que más tarde fue llamado “La Época del Sueño”, estuvo marcado por la moda de “hablar de los sueños, aunque no fuera necesario dormir para hacerlo”. Breton, Éluard, Soupault y De Chirico rodean a Desnos durante una sesión de escritura automática. En la práctica colectiva, todos escuchan esta palabra desde lo más profundo, “todo más allá de esta vida”, según el propio Breton, pareciendo meditar sobre los enigmas del inconsciente. El inconsciente se utiliza aquí como motor creativo que permite introducir elementos surrealistas en la realidad. Para revelar esto, utilizan la hipnosis y la preparación para dormir.
En el momento en que los surrealistas emergían de la experiencia del sueño, Henri Michaux publicó
Les Rêves et la leg (1923) que sustituyó el pansexualismo freudiano fundado alrededor del falo por otro órgano motor, la pierna (
leg), reconectando con los fisiólogos del siglo XIX y el origen somático de los sueños. Otros, como Michel Leiris, André Masson o Pierre Mabille, encontraron en los textos del Renacimiento (Paracelso o Nostradamus) y en la teoría de los humores todavía vigente, materiales para vincular la vida orgánica, la vida psíquica y la vida cósmica, con los que no nos invitan a descuidar los conocimientos (medicina, astrología o metapsíquica) que pueden haber informado el estudio de los sueños.
Quien realiza una obra de creatividad, y aún más de creación, entra en un ensueño, un viaje, una aventura interior, un segundo estado (“los estados secundarios”), un “delirio”, un trance, un estado hipnótico, un estado sofroliminal, una meditación o incluso una alucinación hipnagógica (la persona ya no está completamente despierta, por supuesto, pero todavía no está dormida; o, para decirlo más precisamente, ciertas áreas de su cerebro ya están dormidas, mientras que otras aún no lo están) o hipnopómpica (ciertas áreas de su cerebro ya están despiertas, mientras que otras aún no).
De septiembre de 1922 a febrero de 1923, Robert Desnos desempeñó un papel fundamental durante el período legendario conocido como “sueños” (“La Época del Sueño”) que, en la continuación de
Los campos magnéticos y de las “historias oníricas”, constituyó el verdadero preludio del surrealismo. Aragon lo escribió con su estilo extravagante en
Una ola de sueños, en 1924. En noviembre de 1922, André Breton dio en
Entrada de los médiums una primera definición del surrealismo, dos años antes de la del Manifiesto: «Con esta palabra acordamos designar un cierto automatismo psíquico que corresponde bastante bien al estado de sueño, estado que hoy es muy difícil de delimitar». Durante la primera sesión de “sueño”, el 25 de septiembre de 1922, René Crevel, el iniciador, se quedó dormido, seguido pronto por Benjamin Péret, pero fue sobre todo Robert Desnos quien fascinó y trastornó al público. No sólo responde a las preguntas de sus amigos (André Breton, Paul Éluard, Max Ernst, Max Morise, Théodore Fraenkel, Francis Picabia) sino que, cuando pensamos en poner un lápiz en sus manos, escribe y dibuja. Desnos fue, sin duda, el gran maestro del sueño. Sueños inducidos, sueños provocados, sueños hipnóticos, estados secundarios, sueños despiertos. A veces, las sesiones de sueños adoptaban la forma de un espiritismo sin creencia en los espíritus, sino en las fuerzas del inconsciente. Luces apagadas, los asistentes en círculo, preguntas y respuestas. El
milagro se repetirá casi todas las noches, luego el ambiente se vuelve angustioso, las sesiones se espacian, la fascinación da paso a la ansiedad, la violencia de Desnos se vuelve más preocupante. Los concurrentes se asustan y el 28 de febrero de 1923 Breton decide poner fin a esta “frecuentación del abismo”, algo que Desnos nunca le perdonaría. Habrá tenido un profundo impacto en el naciente surrealismo, como Breton no dejó de señalar que Desnos era el profeta del surrealismo. «Desnos es quien, tal vez, se ha acercado más a la verdad surrealista», es uno de los «que han practicado el surrealismo absoluto», proclama en el
Manifiesto del Surrealismo.
En su obra de 1924
Une vague des rêves (
Una ola de sueños) —que precede poco al
Manifiesto de Breton—, Louis Aragon nos presenta de otra manera la esperanza de los surrealistas ligada al lenguaje, a una forma de ir más allá de la literatura para expresar el corazón mismo de la realidad, o más bien de la verdad que, desde entonces, está formado por lo real y lo irreal, unidos en una entidad superior que se expresa a través de imágenes libres. Al recordarnos los experimentos realizados por los poetas surrealistas, al margen del sueño o la hipnosis, Aragon nos explica también sus peligros. Algunos autores se suicidaron, estuvieron al borde de la locura, otros combatieron... Después de haber aprendido a controlar el “sueño hipnótico”, durante el cual sus palabras alcanzaron la extrañeza y la belleza de las profecías, a veces fue necesario quitar los cuchillos de las manos de los durmientes, incluso esforzándose por despertarlos. Tuvieron que retrasar y poner fin a sus experimentos. Con una escritura magnífica, llena de ímpetu y lirismo, Aragon nos presenta la fantástica búsqueda de los poetas y pintores surrealistas: «Fue a la hora en que nos reunimos por la tarde como cazadores, hicimos nuestro cuadro del día, la cuenta de las bestias que habíamos inventado, de las plantas fantásticas, de las imágenes abatidas, presas de una aceleración, dedicamos cada vez más horas a este ejercicio que nos reveló regiones extrañas de nosotros mismos. Nos complacía observar la curva de nuestras fatigas, la confusión que las seguía. Aparecieron maravillas».
Erik Hoel (1988), neurocientífico y neurofilósofo estadounidense, cuyas principales áreas de investigación son el estudio y la filosofía de la conciencia, la cognición, la función biológica de los sueños y las teorías matemáticas de la emergencia, declara que “vale la pena considerar si las ficciones, como las novelas o las obras cinematográficas, actúan como sueños artificiales y cumplen al menos una parte de la misma función”. Según su teoría, “las ficciones, y quizás las artes en general, pueden tener una utilidad cognitiva subyacente en la forma de mejorar la generalización y prevenir el
sobreajuste”. Es decir, explica Hoel: «La hipótesis del cerebro sobredimensionado que he esbozado afirma que el propósito evolucionado de los sueños es mantener nuestras mentes capaces de generalizar. Soñar previene un fenómeno llamado
sobreajuste, en el que los sistemas de aprendizaje, como nuestro cerebro, prestan demasiada atención a los detalles y no lo suficiente a la
gestalt. Insertar detalles fantásticos los obliga a generalizar: son necesarios para una mente sana. Y creo que también es el caso de la ficción, que representa una especie de sueño artificial. [...] Inventamos historias para poder soñar durante el día» (Ver Erik Hoel: ‘The Overfitted Brain: Dreams Evolved to Assist Generalization’, 2020).
Los surrealistas fueron acusados de idealismo por ciertos teóricos marxistas que les reprochaban la afición a los modos irracionales de expresión y de comportamiento, su crítica incesante de la realidad y el valor dado a la actividad onírica, en la que sólo veían una huida de lo concreto. Breton, sin embargo, al examinar la naturaleza del sueño y las relaciones que mantiene con la actividad de vigilia, quiso probar su total adhesión al materialismo dialéctico desmontando a los irreconciliables adversarios que son materialistas e idealistas al indagar qué sucedía en el sueño con el tiempo, el espacio y la causalidad como conceptos de una realidad objetiva o por el contrario equivalentes a puras formas de la contemplación. «El sueño —sostiene Breton—, al menos cuando no se halla bajo la dependencia de un estado psíquico alarmante, siempre tiende a sacar partido de las contradicciones en el sentido de la vida y ayuda a que el sujeto realice el
salto vital». La similitud entre pensamiento onírico y pensamiento de vigilia se confirma por la presencia, en el interior del sueño, de una causalidad que es dialéctica. Una coincidencia entre Engels, Lenin y Freud. El interés por el sueño es compatible con la trayectoria de la revolución. Si la actividad onírica revela que el deseo humano no obtendrá ninguna satisfacción del mundo tal cual es, no puede existir contradicción entre la continuidad de su estudio y la de una actividad revolucionaria. El poeta resolverá la antinomia entre conocimiento racional y conocimiento intuitivo (Ver André Breton:
Los vasos comunicantes, 1932).
Es la voz de Philippe Soupault en los versos de su poema “Hacia la noche”, desde el reino de los sueños:
Es tarde /
en la sombra y en el viento /
un grito asciende con la noche /
No espero a nadie /
a nadie /
ni siquiera a un recuerdo /
Hace ya tiempo que pasó la hora /
pero ese grito que lleva el viento /
y empuja hacia adelante /
viene de un lugar que está más allá /
por encima del sueño /
No espero a nadie /
pero aquí está la noche /
coronada por el fuego /
de los ojos de todos los muertos /
silenciosos /
Y todo lo que debía desaparecer /
todo lo perdido /
hay que volver a encontrarlo /
por encima del sueño /
hacia la noche.
Para Freud, los sueños son el camino real para acceder a ideas o deseos inconscientes. Partiendo del sueño manifiesto podemos volver, gracias al método de la libre asociación, al sueño latente. Dado que el sueño manifiesto parece absurdo, es importante interpretarlo, encontrarle significado. Los surrealistas no lo ven así. Para ellos, el sueño no es un medio sino un fin en sí mismo. El sueño se descubre y se cumple en el sueño manifiesto. Aragon detecta en la enunciación surrealista del sueño un nuevo enfoque: «Además, André Breton, si constata sus sueños, éstos por primera vez en que el mundo es mundo, mantiene en el relato el carácter del sueño». Esto lleva al autor de
Una ola de sueños a designar once presidentes de la República de los sueños —de Saint—Pol—Roux a Freud, pasando por Picasso o Chirico— y a evocar a cada uno de los veintinueve soñadores surrealistas. También sugiere, en un frenesí lírico, el arrebato de los sueños y el poder enloquecedor de las imágenes: «En una cama cuando íbamos a dormir, en la calle con los ojos bien abiertos, con todo el aparato del terror, nos cogíamos de la mano. [...] Oh, fantasmas de ojos cambiantes, hijos de la sombra, esperadme, que ya voy y vosotros ya estáis girando. [...] Oh, gran Sueño [...] toma posesión del resto de mi vida, toma posesión de todas las vidas, marea creciente con espuma de flores». El poeta tiene la sensación de que no es otra cosa que lo que sueña. Y cuando despierta, ante la escasez de realidad que hay, asegura que se le desvela el prodigio del surrealismo (Georges Sebbag:
Potence avec paratonnerre. Surréalisme et philosophie, 2012).
«El surrealismo se propone así, a través de una experimentación de la mente y sobre la mente [...], mostrar que la
realidad común es una estabilización precaria, y sobre todo parcial, de una realidad más amplia. Se trata de revelar la realidad conocida como una particularización muy limitada de las posibilidades de experimentación y significado. Por tanto, los surrealistas no se proponen abandonar la lógica común, sino descubrir espacios donde no es operativa o relevante, y recomponer la descripción de un universo
completo sobre estas bases. Más que valorar lo irracional por sí mismo, se trata de poner el pensamiento a prueba de lo irracional, para que emerja transformado; como bien dice Camus, se trata de “hacer de lo irracional un método”» (Louis Morelle: ‘Sueño y vida: elementos de una ontología del surrealismo’, 2021).
Un escritor inclasificable como Antonin Artaud, que fue miembro del surrealismo pero que luego fue mucho más allá con una radicalización que todavía hoy resulta perturbadoramente deslumbrante, ya desde sus comienzos ofrecía una visión corrosiva de sus oficios oníricos:
«Mis sueños son ante todo un licor, una especie de agua de náuseas en la que me sumerjo y de la que ruedan micas sanguinolentas. Ni en la vida de mis sueños, ni en la vida de mi vida, llego a la altura de determinadas imágenes, no me instalo en mi continuidad. Todos mis sueños no tienen salida, ni castillo, ni plano de ciudad. Un verdadero desastre de miembros amputados. Por otra parte, estoy demasiado informado sobre mis pensamientos para que cualquier cosa que allí suceda pueda interesarme: sólo pido una cosa, y es quedar encerrada definitivamente en mis pensamientos. Y en cuanto al aspecto físico de mis sueños, os dije: un licor». (Antonin Artaud: ‘El licor de los sueños’, 1925).