Nunca quiso destacar, no lo necesitaba, no le preocupaba. Sus puestos en el andalucismo quedaban para ser ejercidos en el interior, pero su labor llegó mucho más allá en la defensa de su convicción, en su deseo de alcanzar lo antes posible la conquista de un poder andaluz, porque eso era lo que él anheló toda su vida y por lo que peleó dentro y fuera del ámbito puramente político.
Amigo de sus amigos supo ganarse la admiración, el cariño de todos por su predisposición a ayudar en todo momento apoyado a su vez en su dominio del Derecho, por su capacidad, por su flexibilidad, quizá más bien su flema para soportar y deshacer las críticas infundadas, los bulos -hoy tienen otros calificativos menos comprensibles de tan modernos- contra sus firmes convicciones. Siempre decidido en su certidumbre, superó las diferencias planteadas por otros, medió -sin duda su profesión de abogado le ayudó en el esfuerzo- y pese a la presunción y vanidad de algunos políticos, mantuvo las simpatías de la mayoría y el respeto de quienes no coincidieron con él.
Ahí radica “la importancia de un hombre normal”, compartida con Blas Infante y valorada en toda su amplia dimensión. Hoy, un día aciago para el andalucismo, es también un día luminoso. su vida nos seguirá iluminando, nos seguirá sirviendo de ejemplo y nos dará ánimo para continuar en la lucha por la liberación de Andalucía y por la tolerancia y el respeto a todos, sean de la tendencia que sean, pero siempre con el sentimiento de que Andalucía nos necesita.
En memoria de quien siempre ha sido inolvidable, y ahora más, vaya este modesto homenaje a su figura, a su calidad humana y a su fidelidad a sus ideales y principios.
Rafael Sanmartín
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