El mítico Moulin Rouge, la secular fiesta del 'cancán'

Publicado: 05/10/2024
Mantiene su peculiar silueta como símbolo de una fiesta de París que no envejece
Pasan los años, las modas, las costumbres y el Moulin Rouge mantiene su peculiar silueta como símbolo de una fiesta de París que no envejece, la revista y su mítico 'cancán', que cumplen este domingo 135 años pletóricos de salud.

Si hace unos meses el cabaret más famoso del mundo lamía sus cicatrices por el accidente que le privó durante unos días de las aspas de su molino, el espectáculo sigue a pleno rendimiento, con 600.000 espectadores anuales y lleno cada noche para sus dos representaciones.

Fundado en 1889 por el emigrante catalán Jospe Oller y por el francés Charles Zidler, en un inicio no fue más que un baile popular que se desarrollaba junto a uno de los muchos molinos que había en la montaña de Montmartre.

Pero su creciente popularidad se disparó cuando adaptó el 'cancán', un baile que ya existía pero que comenzó a popularizarse junto al Moulin Rouge.

"En cierta forma era un símbolo de la emancipación de las mujeres, que hasta entonces no podían bailar solas y que comenzaron a hacerlo para rebelarse contra los dictados del patriarcado de la época", destaca a EFE Jean-Victor Clerico, director general del cabaret.

La fama del lugar no dejó de crecer, convertido en uno de los primeros locales de la capital con electricidad, que iluminó en su escenario a algunas de las estrellas francesas e internacionales a lo largo de los años: Édith Piaf, Joséphine Baker, Charles Trenet, Charles Aznavour, Fernand Raynaud, Liza Minnnelli, Frank Sinatra o Ella Fitzgerald.

Considerado durante años un lugar de escándalo, con actuaciones atrevidas como las de La Goulue o la mítica Mistinguett, atrajo a la bohemia de París y su nombre quedó para siempre ligado a los cuadros de Toulouse Lautrec, que pasaba horas en éste y otros molinos de Montmartre.

"Era un lugar que buscaba la extravagancia, la libertad, la expresión y por eso acogía a todas las categorías de la sociedad", recuerda Clerico.

Una maquina de entusiasmar

Con una vida ligada a lo avatares de la capital, el Moulin Rouge reabrió en gran forma tras la Segunda Guerra Mundial convertido en el cabaret que es en la actualidad, un lugar emblemático de la ciudad.

Cada noche, 60 bailarines desgranan en sus tablas una obra coral bajo la batuta de la directora artística, Janet Pharaoh, que mantiene elevado el nivel de la compañía "para no caer en la laguna de la rutina".

"Los espectadores son cada vez nuevos, nosotros tenemos que actuar manteniendo siempre la misma efervescencia", señala a EFE.

Cada año llegan más de mil candidaturas para integrar el prestigioso ballet, del que forma parte desde hace más de una década Ernesto Martínez, cubano radicado en París, uno de los más veteranos, que recuerda que cumplió "un sueño" cuando entró en su plantel.

"Para mi es cada día algo maravilloso. (...) Aunque la coreografía no cambia, el show es cada día diferente, tiene una emoción distinta que depende mucho del público. Dependemos mucho de su energía, de sus aplausos", relata a EFE.

"Muchos espectadores lloran viéndonos en escena. Para ellos es también un sueño estar en un lugar como este", añade.

Ernesto Martínez rechaza la idea anquilosada que muchos tienen del cabaret y considera que "fusiona muchos estilos" y es "más cultural" que en el pasado, aunque el Moulin Rouge "sigue siendo el guardián de las esencias", con su tesoro que es el 'cancán'.

La maquinaria del Moulin Rouge es una inmensa coreografía de técnicos, asistentes y bailarines que trabajan como si de un reloj se tratara para mostrar la mejor imagen del espectáculo.

Desde la confección y el cuidado de los trajes, que se efectúa en talleres propios, situados entre bambalinas, hasta el último de los detalles de la danza están sujetos a una estricta atención.

Pero el Moulin Rouge es también un restaurante, el lugar que más botellas de champán consume al año, acompañamiento del espectáculo y de una cena que se propone a los clientes.

Daniel Galvano salió de Argentina hace casi 40 años con destino a París, donde había trabajado su padre y aterrizó en una sala de fiestas que le dejó con la boca abierta.

"Era como si estuviera en Islandia, tuve un flechazo con el lugar", asegura este camarero que comenzó entonces a trabajar en el Moulin Rouge donde ahora es jefe de sala.

Originario de Rosario, Daniel Galvano camina entre las mesas, atento al más mínimo detalle para agradar a un público "cada día más exigente", pero "orgulloso" de trabajar en un lugar que brilla con luz propia en el panorama de la fiesta del mundo. 

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