Un posicionamiento tan radical requiere analizar la situación creada, la requerida y sus consecuencias. Siempre deben medirse las consecuencias. Y, con absoluta seguridad, quienes hoy protestan contra las corridas de toros, pedirían más adelante una normativa “para salvar una especie en extinción”, cuando la crianza dejara de interesar a los ganaderos.Hay más.De los doscientos manifestantes llegados el sábado desde diversos puntos de la geografía patria ¿cuántos mirarán la numeración de los huevos, para rechazar aquellos que empiezan por 3, con el fin de oponerse al maltrato infligido a las gallinas? ¿Cuántos serán capaces de combatir a los fabricantes de foie-gras, para luchar contra la tortura a los patos? También deberían preocupar muchas más cosas, aunque sean menos vistosas.
Salvo que sólo o fundamentalmente fuera eso: buscar notoriedad.Sevilla ha vuelto a ser, como cada año, destino de excursionistas en supuesta defensa del toro de lidia. Ese ha sido el punto en común de quienes han coincidido en el Paseo de Colón desde varias comunidades, especialmente Andalucía, Madrid y Navarra. Bienvenidos, aquí todos son bien recibidos. Pero, como lo cortés no quita lo valiente, en uso de nuestro derecho manifestamos nuestra extrañeza. ¿Por qué no repiten su protesta en San Isidro, El Corpus o San Fermín?Llama la atención que la segunda ciudad en número de corridas -y, por lo tanto, de animales sacrificados- sea la elegida para concentrar la protesta. A lo mejor es un reconocimiento pese al autoproclamado centro catedralicio de los centralizados medios; a lo mejor atrae el nombre de la ciudad, pues no en todas partes puede vivirse una tarde como la sevillana. Mira por dónde, capacidad turística que los operadores podrían aprovechar. Debe ser el precio de la fama. Será el precio de la fama.Lo será. Pero uno tiene derecho a sorprenderse, aunque por la elección debiéramos sentirnos honrados.Se comprende, también, que sale caro eso de ir de ciudad en ciudad. Y más con la que está cayendo.
O quizá por la que está cayendo, debiera medirse dónde, cómo y en qué gastar energías, en vez de concentrarlas en la visión futbolera y la protesta antitaurina. No vaya a ocurrir como aquel vecino de una ciudad costera que “no pudo” asistir a una reunión en la que se iba a tratar el embargo de su vivienda, porque coincidía con el Madrid-Barcelona.Por cierto, fue un torero quien dejó dicho “hay gente pa tó”.
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