El sexo de los libros

Centenario del Surrealismo (II)

Para los surrealistas, el comunismo fue un mito que no a todos terminaría por satisfacer.

Publicado: 17/09/2024 ·
08:54
· Actualizado: 17/09/2024 · 08:56
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  • A. BRETON, TROTSKY Y DIEGO RIVERA EN MÉXICO
Autor

Carlos Manuel López

Carlos Manuel López Ramos es escritor y crítico literario. Consejero Asesor de la Fundación Caballero Bonald

El sexo de los libros

El blog 'El sexo de los libros' está dedicado a la literatura desde un punto de vista esencialmente filosófico e ideológico

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El surrealismo fue una revolución literaria que pretendió ir más allá y convertirse también en una revolución política y social. Siguieron para ello el principio marxista de “transformar el mundo” y la consigna de Arthur Rimbaud consistente en “cambiar la vida” (changer la vie). En ambos casos se trataba de mutaciones profundas hasta las mismas raíces de la existencia y la realidad.

«Los surrealistas se propusieron redescubrir una sensibilidad perdida, redescubrir facultades humanas aniquiladas, reprimidas por siglos de civilización y acceder a un universo regido por lo maravilloso, la imaginación, los sueños y el amor. Pero si las formas tradicionales del lenguaje aparecen como obstáculos a la expansión de las facultades humanas, los preceptos morales y sociales también serán vistos como obstáculos al desarrollo humano. La sociedad, las costumbres, la moral, las leyes, la religión son también responsables del aniquilamiento de las facultades humanas. A partir de entonces, la ruptura se estableció no sólo con la institución literaria sino también con la sociedad: la revuelta literaria se convirtió en revuelta política. En otras palabras, a la dimensión estética del surrealismo se une un componente ético que los lleva paulatinamente por el camino del compromiso político. El enfoque surrealista, al proponer una ética centrada en la libertad, el deseo y las pasiones, se opone radicalmente a los valores burgueses» (Carole Reynaud Paligot: “Historia política del movimiento surrealista,1919-1969”, Cahiers du Centre de recherches historiques, 1994).

Diversos movimientos de vanguardia anteriores al surrealismo ya habían mostrado inclinaciones políticas. El futurismo italiano de Marinetti optó por el fascismo de Mussolini; mientras que los futuristas rusos se decantaron por el bolchevismo. Un sector importante del expresionismo alemán también se implicó en los acontecimientos de noviembre de 1918 cuando acababa la I Guerra Mundial. Actos subversivos que se extendieron hasta el 2 de mayo de 1919 con la disolución violenta de la República Soviética de Baviera.

Yvan Goll, en 1921, hizo esta declaración: «El expresionismo es la literatura de la guerra y la revolución, de la lucha intelectual contra los poderosos, la revuelta de la conciencia contra la obediencia ciega, el grito del corazón contra el trueno de las masacres y el silencio de los oprimidos».

Los dadaístas alemanes conectaron con el expresionismo en sus posiciones ultra-izquierdistas y decidieron organizarse con el Partido Comunista de Alemania (KPD) transformando sus juegos conceptuales en una crítica política definida. Dadá había surgido en 1916 en Zúrich durante los horrores de la Gran Guerra. Había una atmósfera de anarquismo, antimilitarismo, pacifismo y oposición al orden burgués. Pero Tristan Tzara, cabeza visible, no quería que el grupo se involucrara directamente en política y favorecía una crítica cultural más amplia y cercana a una forma de nihilismo. Luego hubo, sobre todo en Alemania, un giro hacia la radicalización ideológica. Los dadaístas de Berlín aseguraron su posición política mediante la formación del Dadaistischen Zentralrat der Weltrevolution (‘Consejo Central Dadá de la Revolución Mundial’), una organización militante que apoyó el levantamiento espartaquista dirigido por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Entre otras reivindicaciones, destacaban también la automatización del trabajo para liberar tiempo para el arte, la expropiación de la propiedad privada, la solidaridad y la propiedad comunitaria del espacio público.

Entre dadá y el surrealismo se dio una correlación evidente. Muchos dadaístas pasaron a engrosar las filas de la nueva tendencia artística.

Durante los primeros años, la rebelión surrealista estuvo unida a la tradición anarquista de ciertos círculos literarios de finales del siglo XIX, pero el individualismo libertario había entrado en decadencia en los años 20, salvo en España.

La Révolution Surréaliste será una revista fundada en 1924 con unos contenidos en torno a la literatura, las artes y el diseño gráfico, donde, en 1929, se publicó el Segundo Manifiesto del Surrealismo, más apasionado, violento y politizado que el primero, lo que genera la expulsión de escritores y artistas partidarios del purismo.   En el compromiso surrealista el catalizador fue la guerra colonial de Marruecos (1925-1926). Desde 1925 se entabla un diálogo con los comunistas que abre una década de tensiones. Pero cuando se produjo el desplazamiento de un sector del surrealismo hacia el comunismo, saldría, en 1930, una nueva revista con el título, más específico, de Le Surréalisme au Service de la Révolution, cuyo último número será de 1933. El PCF representaba en Francia a la Rusia Soviética, el primer Estado obrero de la historia; representaba unos ideales utópicos y un futuro de justicia y libertad. Para los surrealistas, el comunismo fue un mito que no a todos terminaría por satisfacer. Las relaciones fueron conflictivas desde el principio. El partido pretendía controlar a los artistas e intelectuales; y éstos, mayormente, intentaron salvaguardar su independencia y autonomía. Al surrealismo le costaba admitir la orientación de los comunistas hacia una “cultura proletaria” que se definiría al final como realismo socialista después de una etapa más o menos liberal y algo caótica durante el mandato de Lenin en convivencia, no obstante, con el proyecto de una cultura totalmente subordinada a la causa del comunismo y, más que nada, a la dirección del partido.

Tras la muerte de Lenin, en enero de 1924, la acumulación de poder en manos de Stalin no cesó de crecer. Las relaciones de los surrealistas con el comunismo —entre la fascinación y la repulsión— tienen lugar en pleno estalinismo, lo que complicaría aún más las cosas por la ingenuidad de los surrealistas en cuanto a las posibilidades de hacerse con la gestión de la política cultural del partido en el marco de una contraposición entre proletarización y vanguardia. Miraron para otro lado respecto al estalinismo, pero no resultó efectivo, con excepción de algunos escritores como Louis Aragon o Paul Éluard. André Breton y otros, caso de Benjamin Péret, se negaron a aceptar lo que consideraban un paradigma del totalitarismo, el burocratismo y el culto a la personalidad de Moscú. En 1926 Breton había publicado el opúsculo Legítima defensa, en el que se exponen las exigencias surrealistas en relación con las comunistas, y el derecho del surrealismo a continuar sus búsquedas al margen de toda presión exterior. Breton retirará de la circulación este escrito por lealtad al partido. Sin embargo, en el folleto colectivo Au grand jour (A plena luz del día, 1927) Breton y sus correligionarios atacan a los surrealistas tentados por la “literatura” o el “arte”, y a aquellos que se niegan a dar el paso de afiliarse al partido de la Revolución y aferrándose al decadente anarquismo moral. A pesar de las aprensiones y suspicacias, en 1927 se produce, supuestamente, una conversión significativa de los surrealistas al credo marxista con Breton, Aragon, Péret, Pierre Unik y Éluard. Breton afirma que el Partido «es revolucionariamente la única fuerza con la que se puede contar», pero que la revolución es necesaria igualmente en el pensamiento y en el conocimiento. El diálogo con los intelectuales comunistas, y sobre todo con los políticos, resultará imposible. A Breton y a Péret se les agotó la paciencia. El surrealismo nunca sería reconocido ni aceptado por los comunistas.

A finales de 1930, Aragon y Sadoul van a Rusia para la Segunda Conferencia Internacional de Escritores Revolucionarios celebrada en Jarkov, y ambos firman una carta condenando el Segundo Manifiesto, el psicoanálisis y el trotskismo por idealistas y contrarrevolucionarios. Aragon procura una acción conciliadora, pero en 1931 publica el poema Frente Rojo, que causa un gran escándalo por su elogio del asesinato político. Como consecuencia de esto, es detenido y corre el riesgo de pasar cinco años en la cárcel. De inmediato, los surrealistas asumen su defensa, aunque Breton en su Miseria de la poesía pone en duda la calidad del texto de Aragon, quien no aprueba los argumentos de Breton por ir contra la política del partido. El autor de Le paysan de Paris recibió fuertes invectivas desde el otro lado. La enemistad entre ambas partes se hará irreversible.

Aun así, los surrealistas no perdieron la esperanza de un entendimiento con el comunismo. En el Segundo Manifiesto, Breton había afirmado: «A despecho de las evoluciones particulares de todos aquellos que las hayan asumido o las asuman, algún día se admitirá que el surrealismo no tendió más que a provocar, desde el punto de vista intelectual y moral, una crisis de conciencia de lo más general y más grave y que la obtención o no de ese resultado es lo único que puede decidir su éxito o su fracaso histórico».     

En 1932 llegaría el cisma de facto con el comunismo digamos oficial. Los surrealistas publican el opúsculo La movilización contra la guerra no es la paz en protesta contra el Comité Amsterdam-Pleyel de Henri Barbusse y Romain Roland, que promueve el pacifismo y el antifascismo. Ante esta actitud, el surrealismo reivindica la auténtica herencia de Lenin según el lema: “Si queréis la paz, preparad la guerra civil”. En 1937, el rompimiento es definitivo, ya en el enrarecido ambiente de los procesos de Moscú, aunque algunos surrealistas permanecerían fieles al partido hasta el punto de ser estalinistas modélicos como los mencionados Aragon o Éluard (excluido del PCF en el 33; reingresado en el 42), además de Pierre Unik y otros, en tanto que Breton se aproximará a la órbita del trotskismo. 

El espíritu del surrealismo trotskista y libertario sería asumido por las oleadas contestatarias europeas de los años 60 y 70; porque, en efecto, André Breton, tras separarse para siempre del estalinismo, dirigiría su atención hacia el pensamiento político y fundamentalmente cultural de León Trotsky, al que visitaría en su exilio mexicano y con quien publicaría el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente (1938), firmado con el veleidoso Diego Rivera por motivos estratégicos. Entonces Rivera había roto con el Partido Comunista a cuyo redil volvería más tarde.  

«Al igual que los trotskistas, los surrealistas libertarios venían siendo excluidos de los frentes antifascistas. Era el precio a pagar por su rechazo a los Procesos de Moscú, a las purgas de oposicionistas y de anarquistas en la Guerra Civil Española y a las alianzas de los comunistas con los moderados en los Frentes Populares. [...] Según el testimonio de Breton, su manuscrito original reclamaba: “Toda libertad en el arte, salvo contra la revolución proletaria” y fue Trotski quien, advirtiendo los “abusos que podrían hacerse de este último tramo de la frase [...] lo suprimió sin dudarlo”. Como ha observado agudamente Michael Löwy, “las simpatías de Breton por el anarquismo son cosa conocida; pero curiosamente, en este manifiesto, quien redactó los tramos más ‘libertarios’ fue el exiliado ruso”» (Horacio Tarcus: Una voz libertaria en la medianoche del siglo. ‘El Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente’, 2019).

Fue una década de desencuentros entre el surrealismo y el comunismo; pero «los surrealistas, en cambio, asistieron a todas las manifestaciones políticas durante esos diez años. En proporción a su endeble grosor numérico, ocuparon un lugar considerable dentro de las ideas contemporáneas. No hubo congreso ni llamada a la lucha —ni siquiera cuando no compartían enteramente las ideas expresadas, como esas tomas de posición en 1934 y en 1935 contra las amenazas fascistas o el pacto franco-soviético de asistencia en caso de guerra— en que no estuvieran presentes» (Gérard Durozoi – Bernard Lecherbonnier: El surrealismo: teorías, temas, técnicas, 1971).

En junio de 1935 se inaugura en París el I Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, organizado desde la perspectiva del acuerdo franco-soviético, y que supondrá la culminación de la crisis entre el surrealismo y el comunismo oficialista. En efecto, Breton debía tomar la palabra en el congreso, pero días antes sucedió el affaire Ehrenburg. Breton abofeteó públicamente al escritor soviético por haber insultado a los surrealistas. A Breton se le retira la palabra. Interviene entonces, al borde de la histeria, René Crevel para que Breton pueda hablar; y así, se concede a Éluard que lea el escrito de Breton, pero en las peores condiciones: al final de una sesión, con la sala vaciándose y mientras se apagan las luces. Al diario L’ Humanité le fue muy fácil tergiversar el mensaje. Los surrealistas divulgan de inmediato dos manifiestos de distanciamiento respecto a la URSS: Por la época en que los surrealistas tenían razón y Posición política del surrealismo.    

Los incidentes y antagonismos entre los surrealistas y el PCF fueron muy abundantes. En el fondo, había una básica disimilitud de aspiraciones que nunca pudo resolverse porque el surrealismo no cabía en el sistema dogmático de vigilancia cultural de los partidos ortodoxos.

  

 

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