Termina otro agosto y parece que venimos de cruzar nuestro Rubicón particular: los telediarios se llenan de reportajes sobre el llamado “síndrome postvacacional” en los que nos instruyen sobre las temidas implicaciones de la vuelta al trabajo y cómo afrontarla en favor de nuestra salud anímica y mental. Pobrecitos de nosotros. No recuerdo que mis abuelos tuvieran vacaciones hasta que se jubilaron, y mi padre -aunque lo subrayo con afán generalizador- las tenía en julio o agosto, pero nunca hizo falta que alguien le mentalizara de cara al regreso a la oficina: de un día para otro apartaba las sandalias y el pantalón corto y se ponía el traje y los Yanko.
Ya puestos, peor deben llevarlo los autónomos que se arriesgan a cerrar una o dos semanas frente a la necesidad de llegar a fin de mes, que sigue siendo prioritaria a la de descansar.
La mirada compadecedora, proteccionista y paternalista se ha convertido en uno de los signos del presente, como si vivir se redujera a seguir las instrucciones de un prospecto a base de complicarnos la existencia, después de compartirla a través de las redes sociales.
En realidad, sólo han transcurrido 31 días, aunque quieran convencernos de que acabamos de salir de una cápsula del tiempo o de que nos han expulsado del paraíso. Poco ha cambiado a nuestro alrededor, ni siquiera los titulares, que siguen hablando de lo mismo y de los mismos que a finales de julio.
Como cada 1 de septiembre, o después de cada fiesta -así lo canta Serrat-, “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas”. No hay más, aunque se empeñen en guiarnos con “carajoterías”, como las define Benítez Reyes en El azar y viceversa.
Hay que volver y se vuelve, sin necesidad de épica ni de masajes capilares. Agosto no tiene nada que ver con situaciones post-lo que sea, sino de estadística, y, sobre todo, con la proyección a futuro de la burbuja turística antes que con nuestro fuero interno. Hasta hace bien poco era impensable hablar del turismo como un problema, y el asunto ya está encima de la mesa de muchas ciudades andaluzas convertido en síndrome a la espera de diagnósticos convincentes.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es