Comenzamos una nueva semana y es buena cosa hacer balance de la anterior. Creo que, para poder construir el futuro día a día y paso a paso, debemos recoger las lecciones que nos ha dejado el pasado más inmediato. Por supuesto, no vendría mal coger un libro de Historia y recopilar hechos más remotos que puedan enseñarnos algo de utilidad para continuar hacia delante. Pero, mientras nos ponemos al día con el aprendizaje, la vida sigue y nos deja momentos recientes que pueden ser una mirada hacia el futuro.
La semana comenzaba con la derrota de Marine LePen ante una coalición de facto compuesta por el Nuevo Frente Popular de Melenchon y los macronistas, principalmente. Toda Europa estaba preocupada por el avance de la ultraderecha en Francia. De hecho, el lunes fue una celebración que LePen se viera relegada a un tercer puesto al final de la segunda vuelta en las elecciones legislativas del país vecino. El mensaje que hemos de aprender es más que claro y nada nuevo: al fascismo sólo se le puede parar si los demócratas nos unimos.
Por el camino, la Eurocopa nos dejaba una alegría con la victoria (y pase a la final del torneo) de España sobre, precisamente, Francia. Los dos países que han frenado a la ultraderecha (en España han perdido 19 diputados y en Francia se les ha frenado con la unión de las demás fuerzas) se medían sobre el terreno de juego. Me dirán ustedes que estoy mezclando política y fútbol, churras con merinas. Pero teniendo en cuenta que a jugadores franceses (Mbappe o Dembelé) y españoles (Nico Williams y Lamine Yamal) se les cuestionaba la nacionalidad por el hecho de ser negros, resulta que no hay tanta distancia entre corbatas y balones. Ya tuvimos que ver el infame tuit de Vito Quiles, pseudoperiodista afín a la ultraderecha, preguntándose qué broma es esta en referencia al combinado español por la presencia de Williams y Yamal. Un vasco y un catalán cuestionados por el color de su piel. Laporte es francés de nacimiento y nacionalizado español; pero es blanco, todo en orden.
Y la semana ha terminado con la ruptura de Vox con el PP en los gobiernos regionales que compartían. Los populares han aceptado la cuota de niños migrantes propuesta por el gobierno para aligerar su presencia en Canarias y esto ha enervado a los de Abascal. Cierto es que, de cara a su argumentario y electorado, era la única salida lógica de los ultraderechistas para evitar otro batacazo como el de las Elecciones Generales de 2023; también es cierto que es penoso que un partido supuestamente demócrata como el PP no haya roto con Vox, sino que haya sido al revés y forzado por su propio relato. Y, llegados a este punto, cobra sentido el título elegido para la columna de esta semana.
En resumen, lo único que tenemos ante el fascismo en nuestro país es hipocresía. Ahí vemos a nuestros vecinos de arriba, aglutinando sus votos para frenar a LePen, mientras aquí se blanquea a Abascal y los suyos como si fueran algo diferente a LePen. El frente de Melenchon es una coalición sólida mientras en España tenemos a la izquierda cuqui caviar de Sumar y a un Podemos en horas bajas. El PSOE sigue siendo la diana de aquellos abducidos por el fascismo de Vox a la sombra protectora de Génova. ¿Podremos parar al fascismo en las próximas Generales o acabaremos aprendiendo la Marsellesa por si acaso? Tres años nos quedan para darle una vuelta al asunto.
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