Se encontraba en nuestro país en situación irregular, y por tanto, de supervivencia. Sólo así se entiende que aceptara las condiciones que le habían ofrecido en una panadería de Algeciras como única vía de financiación para ayudar a mantener a su familia en el extranjero: 60 horas semanales, sin descanso alguno, ni siquiera cuando se encontraba enferma, por un salario inferior al del resto de sus compañeros y con la advertencia de que si la Policía accedía al local tenía que huir del mismo a toda costa para no ser detenida.
Los detalles los ha aportado esta semana la Policía Nacional tras la detención de los dueños del obrador y para certificar que tienen conocimiento de la reiteración de estas conductas en zonas fronterizas como la del Campo de Gibraltar, donde “empleadores sin escrúpulos” se aprovechan de personas que han llegado a la península en situación irregular para imponerles condiciones laborales “cercanas a un régimen de semiexclavitud”, sin olvidar su contribución a la economía sumergida y a la competencia desleal.
Por muy civilizados, demócratas y aseados que nos creamos, la realidad se abre paso a mandobles en la jungla inexplorada del día a día. Da igual que miremos hacia otro lado, al final los titulares terminan salpicándonos, ya proceda del negocio a la vuelta de la esquina, de una población desconocida de Eslovaquia, del debilitado frente ucraniano o de las ruinas del territorio arrasado de Gaza.
Sí, con pagar nuestras facturas, llegar a fin de mes y estar pendiente de nuestros mayores, tenemos de sobra en nuestro día a día, pero también presumimos de ser ciudadanos del mundo, de planificar nuestras vacaciones en el Caribe, de pedir a China una cinta andadora a mitad de precio, o de seguir cada comparecencia de Christine Lagarde a ver si nos baja el euríbor.
Más pronto que tarde nos toca hacernos preguntas que van más allá de si la feria debe durar ocho o seis días, de si mi tío el soltero debería ir al programa de Juan y Medio o al First Date, de si Pedro Sánchez nos está colando otra trola sobre Puigdemont o si Xavi seguirá de entrenador del Barça -el Madrid, ya se sabe: ¿otra vez campeón de Europa?-.
A veces, ni siquiera es necesario un nombre propio. Basta el caso de una mujer anónima, suponemos que de origen subsahariano, que ha arriesgado su vida para pisar nuestra orilla, y ha aceptado lo primero que le han ofrecido para poder enviar dinero a su familia. La realidad, además de mandobles, también suelta chispazos, sacudidas, para que te hagas preguntas y que el ciudadano del mundo se pregunte en qué mundo vive, y si ese mundo está tan lejos o tan cerca.
Y cerca de Algeciras, en Marbella, hace unas semanas se le perdió la pista al líder de la mocro mafia holandesa. El tipo fue detenido en enero, se le intervinieron sus propiedades y sus cuentas y, tras pasar un breve periodo en prisión preventiva, la Audiencia Provincial de Málaga le concedió la libertad cautelar bajo una serie de condiciones que él mismo se ha encargado de esquivar con un “hasta luego Lucas” para bochorno internacional nuestro: si en Países Bajos alguien cruzó los dedos para que se tratara de un programa de cámara oculta ya ha debido perder la fe en el sistema.
En el fondo, hay quien entre tanto mandoble de la realidad encuentra resquicios para crear la suya propia. Lo relataban Arturo Lezcano y Nacho Carretero en un reportaje publicado en El País hace tres años bajo el título Marbella, sede global del crimen organizado, convertido ahora en una interesante serie de televisión en la que, lejos de que se te quiten las ganas de volver a la urbe del lujo de la Costa del Sol, adquieres conciencia de lo que hay detrás del escenario: demasiada gente y demasiados negocios viviendo de todo el flujo de dinero vinculado a ese crimen organizado -y no, porque dinero atrae a dinero- como para dejar pasar la ocasión. Show must go on.
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