Desde que España se partiera en dos en la Guerra Civil de 1936 se han vivido múltiples situaciones de crispación entre los dos bandos, tanto en aquellos tiempos de conflicto bélico como, sobre todo, en situaciones de controversia política en la disputa del interés electoral mediante el socavamiento del adversario. Y es normal, tampoco hay que extrañarse de que cada uno use su artillería, la que tenga a mano, para convencer a ese objeto del deseo que es el, a veces, incauto ciudadano. La izquierda tirando de su libreto habitual, sacando a paseo a Franco y a su eterna memoria histórica –que aún el franquismo forme parte del debate nacional es, como poco, inaudito-, demonizando a la derecha, la derecha en su relato del váyase señor González, aquellos brotes verdes de Zapatero o estos males generados por el sanchismo, al margen de titulares habituales en materia de inmigración o economía sin perder de vista el centro político que es, no hay que olvidarlo, donde la mayoría de los votantes se concentran. La política habitual del acoso nacional.
Pero hay momentos especiales, situaciones cumbres. Quizás porque los astros se alinean, porque determinados caracteres personales convergen en espacio y tiempo, porque la sociedad consume este Sálvame político diario y hay que echarle leña al fuego, porque el nivel es el que es y prevalece el azote por encima de la responsabilidad y, todo a la vez y fruto de lo cual, llegan a vivirse momentos locos donde lo que realmente queda patente es que lo que sobran son los políticos, casi sin excepción.
Lo peligroso es traspasar determinadas líneas rojas. Elevar el tono forma parte del juego y se hace cuando se acercan los ciclos electorales, pero no es el caso actual y vivir este nivel de confrontación con acusaciones mutuas, parejas de por medio -y cuando se mete a la familia es que se va a por todas-, significa que se ha abierto la temporada de caza y durante la misma solo vale derribar al adversario al precio que sea, meterle en prisión si es preciso, judicializar la vida pública y esto nunca trae nada bueno para nadie. Y menos para un conjunto de la sociedad descreída por completo ante semejante espectáculo circense, que se expande luego a todas las capas de la esfera pública.
Asuntos en primera línea, pero también por debajo. Vemos acorralado al PSOE-A con presunta imputación falsa por compra de votos en Jaén contra el PP al ex alcalde, Julio Millán, y al actual secretario de organización, Jacinto Viedma; el PP andaluz se toma muy en serio este asunto porque en su estrategia está conseguir esta Diputación, sería la séptima popular, ahora en manos del socialista Paco Reyes y, según cuentan, los números le salen en estas encuestas propias que se hacen para una provincia tradicionalmente socialista desde que Gaspar Zarrías era Don Gaspar. Vemos la guerra en la FEMP del grupo socialista encabezado por el propio Reyes contra Pelayo, presidenta del ente y alcaldesa de Jerez, por el insulto de compra de ayuntamientos que le propinó al secretario general jiennense y que la llevará al juzgado, como vemos la ramificación que ha tomado la trama Koldo con la compra de mascarillas y derivados de corruptelas menores y que ha llevado al secretario general de Cádiz, Juan Carlos Ruix Boix, a encabezar titulares nacionales por su presunta relación con Víctor Aldama, uno de los cabecillas y presunto “conseguidor” oficial de la denominada trama.
El deshonor –también el público- es muy difícil de restituir. Y esto vale para todos. Como sociedad, engullimos el escándalo o la corruptela, más si está salpicado de prostitución o cocaína, y cliqueamos a destajo ese titular que incita a pensar que tras el relato expuesto se esconde lo peor e invita al lector a imaginarlo. Pero no vende absolutamente nada cuando la verdad resurge y resulta que tras aquello no había nada porque casi nos molesta haber sentenciado a alguien y ahora tener que perdonarle, ante lo cual el deshonor social no se restituye, aunque se sea inocente. Es duro. Que se lo digan a Ignacio Caraballo, que fue presidente de la Diputación de Huelva y tuvo que abandonar todos sus cargos por una denuncia de carácter sexual de una mujer que, más adelante, fue archivada por absoluta falta de fundamento; nadie le pidió perdón y hasta en su propio partido le daban palmaditas de consuelo en la espalda al tiempo que se repartían sus cargos.
La política debería ser mucho más que todo esto. Tan necesaria es la labor de gestión como la de oposición, con una fiscalización responsable, pero todos deberían exigirse unos límites no traspasables, ni en lo personal, ni en lo político, ni en lo judicial. Claro que cada cual debe defender sus intereses, estaría bueno, pero en ningún caso se debe perder de vista que independientemente de la crítica el objetivo está en la palabra, la que se usa para convencer al ciudadano que le preste el voto, la que se utiliza para intentar negociar y llegar a acuerdos allí donde los límites lo harían posible. Lo que es imposible es estar en desacuerdo en todo, hay que hacer un auténtico ejercicio de discordia para no estar de acuerdo en nada. Y se usa la vía judicial, no es lo mismo acudir a ella por la vía de derechos fundamentales, por citar un ejemplo, que hacerlo por lo penal, donde se hunde no solo la vida política del contrincante sino toda su vida personal. Salvo, claro está, que se haya cometido un delito, eso es otro cantar.
Conciliar debería ser algo innato en el mensaje diario de los políticos a los ciudadanos porque, visto lo visto, ¿qué reacción pueden esperar de la gente con la indeseable lección diaria de confrontación a que se les somete? Desde luego, un ejemplo no es.
40 años. La tecnología lo devora todo y a quien no interesa demasiado, como es el caso, el mundo virtual, el metaverso, la inteligencia artificial aplicada a casi todo, que un periódico como Diario de Jerez cumpla 40 años luciendo papel a diario en quioscos es, además de romántico, una buena noticia, incluso viéndolo desde enfrente al competir en buena lid durante casi todos esos años. Enhorabuena a todos los compañeros que amasaron gramática para completar miles y miles de noticias, de historias, grandes y pequeñas, en el objetivo universal de interesar al lector. Qué tiempos aquellos de sana rivalidad con Satrústegui, el amigo Satrus, cuando nos dolía en lo más hondo colarnos los temas. Cuánto cambió todo hasta hoy, para un oficio que degeneró y a casi cualquier cosa llaman medio de comunicación. Lo dicho, felicidades por la notable resistencia y el trabajo de todos los que a lo largo de estos años la hicieron posible.
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