“Yo soy más listo que un oso común”.
Yogui.
Una trama para que alcance su cenit y entre a formar parte del exclusivo grupo de mega tramas debe contar con turbios episodios donde haya cruce entre putas y cocaína, es igual el orden e incluso la cantidad, pero ambas palabras definitivas deben aparecer en el contexto para que la trama adquiera tamaño superior y el respetable logre imaginar secuencias de corrupción, dinero y billetes usados tanto para pagar prostitutas como para confeccionar tubitos y meterse esa mierda blanca que le da potencia de manera exponencial a todo, sobre todo a la trama. Así, al asunto del tal Koldo le han metido putas para animar, quizás, a la audiencia en este serial de política ficción donde el acoso y derribo es la norma del día a día. Como el PSOE debe contra atacar y, también, desviar la atención para que la misma audiencia vea que corruptos hay en todas partes y así cubrir de neblina se saca del cajón de temas por usar al novio de Ayuso, casualmente, por, presuntamente, defraudar a hacienda 350.000 euros y lo divulga por tierra, mar y aire logrando que la corruptela
popular compita con la de Koldo.
Todo esto después de que
el PP denunciara a Sánchez ante la Oficina de Conflicto de Intereses por los vínculos de Begoña Gómez, su mujer, con Air Europa porque, dicen, “huele mal”, no se sabe muy bien a qué pero lo que cuenta es que el titular quede impreso. Otro detalle de las tramas en su deambular hacia mega trama es cuando se señalan a mujeres, novios o primos dado que el respetable televidente entiende muy bien eso de que un familiar directo se beneficie de la acción política. Casos hay para empapelar la muralla china.
La audiencia, interesada, cómo no, le da –metafóricamente- al pause y calienta sendas bolsas de palomitas en el microondas sabor doble mantequilla porque la cosa en el rancho del
Yellowstone español se está poniendo fina filipina y promete desenlace histórico, con mucha fruta de por medio -y esto de que unos y otros se anden lanzando fruta es de recreo de parvulario-.
Ayuso señala a Moncloa, no aclara si su pachuli querido es aficionado, además de al
snowboard con morenazo sobre tabla y nieve, a eso de falsear documentos en un entramado de facturas falsas y sociedades pantalla. Ábalos, llegado a este punto, se sonríe cual perro pulgoso porque la audiencia se entretiene con otros personajes que conectan mejor y piensa en Yogui, aquel oso de la infancia y su refranero que paseaba junto a boo-boo parafraseando cosas como, muy al estilo del momento español,:
“¿Qué es lo que no me gusta de Robin Hood? Le robaré a los ricos y se lo daré a un oso pobre: yo”. Eterno Yogui.
A éstas, y en mientras,
sale a escena Yolanda Díaz con cara de haber escuchado a Nebulossa y su Zorra diez veces seguidas y, claro, muestra rostro como si canturreara mentalmente
“Ya sé que soy solo…” mientras propone su última ocurrencia para intentar ganar nuevo grupo de adeptos en este el negocio de la política: que los bares cierren antes. En España. O sea. Para que los camareros puedan conciliar en la vieja idea de si los horarios nocturnos en este país son los adecuados y habla de Europa, claro, donde es de noche a partir de las cuatro en la mitad del continente y hace un frío que pela, mientras que en España no y, entre otras cosas, por eso se viene media Europa aquí. Varias cosas sobre el tema: entre las nueve y las diez en España más de la mitad de las chicas que van a salir aún no han decidido el tono de labios con que atacarán la noche, en buena parte y según qué sitios aún ni ha anochecido, hace calor y apetece calle, los bares están para hacer negocio y el negocio de la cena y la noche es rentable porque el personal no ahorra en tapeo y cañas y, por último, ya las
Vulpess hace cuarenta años cantaban eso de
Me gusta ser una zorra y su canción, a coincidencia con esta de Nebulosa, era un asco. Transgresoras y provocadoras, pero una absoluta defecación musical sin más. Ambas dos.
En el rancho del Yelowstone español aparece un personaje en esta su penúltima temporada llamado Puigdemont que, ataviado con sombrero tejano sobre corcel amaestrado genial para el quiebro entre barriles, que no solo ha hecho sucumbir al dueño del rancho, a todo su personal y al público interesado sino que, no corto, promete nuevas intrigas porque será el candidato a las europeas por su partido: o sea, no solo logra amnistía e indulto, volver con aires de victoria sino ser candidato para Europa con remuneración clase A de eurodiputado y, de paso, dejará que el animal sobre el que trota saque la masculinidad con que cubre a las hembras y chorree orín sobre esta nuestra democracia. Todo con música de fondo tipo rumba catalana.
La política es el negocio del poder y el poder se logra seduciendo al votante y al votante se le seduce prometiendo sueños. De hecho, la gestión no hace ganar las elecciones, se ganan a través de sueños, promesas de un Nirvana cercano donde los bares cierren pronto, la sanidad se arregle en cero coma, los 800 mil puesto de trabajo de Felipe González –de hecho, en su legislatura el paro se disparó-, Rajoy reconociendo no haber incumplido con sus promesas electorales pero, al menos, “he cumplido con mi deber” o Sánchez cuando le esputó a Casado que al PP se les había escapado de España Puigdemont y él se comprometía a traerle de vuelta y ponerle frente a la justicia. Uy, casi. Salvo el final.
Hay países europeos que auditan financieramente las promesas electorales para, en campaña, determinar si lo prometido es posible o solo forma parte de la ficción electoral, eso es una mejora notable para evitar que un gobernante, o gobernanta, prometa no subir ningún impuesto y luego los suba todos. Las promesas electorales incumplidas, que según estudios en España se sitúan entre el 65 y el 80 por ciento de las mismas y da escalofríos tomar conciencia de ese dato, no están tipificadas como delito y la posibilidad no forma parte ni tan siquiera de un debate a futuro a pesar del daño que ocasiona, tanto para el bienestar del ciudadano votante como, sobre todo, frente el deterioro enorme del crédito para una sociedad que se sostiene en el descrédito y que así es, sin duda, una sociedad más
Nebulossa.
Pero, en todo caso, hace una bonita y calurosa mañana en el parque de
Yelowstone y Yogui pasea animoso junto a boo-boo en la idea de cazar a un despistado y zamparse su cesta de emparedados, que al final es lo que cuenta. Comer y que no falte el humor.