Los libros sagrados no deben aislarse y menos aún mantenerlos escondidos o prisioneros en estanterías polvorientas, donde la huella humana no fluye. Estuvimos en un Edén. En su parte más céntrica, un árbol frondoso, nos fue prohibido tocarle y muchos menos comer de su fruto. Era la única obediencia que se nos imponía a cambio de toda una gloria. No veo claramente si fue la debilidad o más bien la soberbia de la mujer y el hombre para que una voz cualquiera, incluso la más arrastrada o reptil les sedujera, pero el argumento principal es que querían ser igual o superior al creador. Dios ya le había dado a hombre y mujer la potestad de dominar todo lo creado, a la vez que les indicó que fueran fecundos, se multiplicaran y llenaran la tierra. Todo parece indicar que fue primero el amor y luego el deseo cuando al cometer el pecado original sintieron la vergüenza de su desnudez. La humanidad fue condenada a ser heredera de esta original culpa y parece que todo lo conseguido por el ser humano hasta la actualidad tiene su causa en este pecado y su esencia en Dios. Si no hubiera ocurrido esta desobediencia, ningún ser humano, hasta el día de hoy, sabría qué derroteros hubiera tomado la evolución de nuestro planeta, ni del universo.
Las primeras civilizaciones sostuvieron de forma implícita que la tierra era una superficie plana, un disco, cubierto por una cúpula. Así opinaban los sabios de la época e incluso la Biblia. Pitágoras cambió el ritmo de esta concepción y luego Platón, en su obra Fedón, pone en boca de Sócrates la idea de que la tierra es en realidad “una pelota”. Aparece, por lo tanto, la teoría geocéntrica. La tierra como esfera es el centro del universo y el sol, los planetas y las estrellas giran alrededor de ellas. La soberbia humana se engrandece. Pero lo que no se esperaba es el “giro copernicano” que iba a producirse y Copérnico, Galileo Galilei y Newton están entre los más responsables. La teoría Heliocéntrica, que ya en la antigüedad habían citado Heraclidas de Ponto y Aristarco de Samos, confirma que es el sol el centro del universo conocido y estrellas y planetas giran a su alrededor. Todavía cuando damos un cambio profundo a cualquier hecho terrenal, decimos que le hemos dado un “giro copernicano”. Galileo Galilei separó claramente dando a cada una sus respectivos compartimientos ciencia, filosofía y religión. Es reconocido como el “padre de la ciencia” por méritos propios. Sin embargo, en 1956 se funda la Asociación terraplanista de origen anglo-estadounidense por Samuel Sharton, que de nuevo promueve la idea de que la tierra es plana en oposición a la Nasa y, aunque estuvo oscurecida años después, en agosto de 2017 emerge nuevamente con trabajos y videos que quieren demostrar la morfología en forma de disco de la tierra. Algún día se enseñará en las aulas la verdadera cultura, sin idealización, ni adoctrinamiento.
Andalucía es ese trozo de tierra donde se paró la luz solar no por orden de ningún Josué, sino por una emergencia sublime del ingenio humano. ¿Cuándo ocurrió? Cádiz, que es trimilenario, puede servirnos para ajustar bien las cuentas. Ocho planetas, cinco conglomerados enanos con Plutón a la cabeza y es aquí, precisamente, donde el sistema solar pone su cálida sonrisa olvidando por un momento que también tiene los agujeros negros de la tristeza. Andalucía no es diferente, es única. Una corriente cultural, quizás la más antigua que se conoce, sobrepasó los márgenes de nuestras costas para alcanzar los pueblos más emergentes de la antigüedad. El andaluz no es ni griego, ni romano, ni visigodo, ni árabe, ni afrancesado. No es el ser humano el que hace Andalucía, sino este rincón de la tierra el que hace el carácter andaluz.
Nuestra universalidad es fácil de contrastar. Basta con mirar desde el Puerto de Palos hacia América, desde Sanlúcar al mundo que Elcano abrazó totalmente, desde Córdoba a toda la humanidad, desde Fenicia hasta Cádiz, etc, etc. En nuestra historia más reciente, fuimos en el siglo XIX hegemónicos en toda España, partiendo de las Cortes de Cádiz. A pesar de tener una cultura especifica, propia, nunca hemos sido independentistas y mucho menos separatistas, ni hemos intentado imponer nuestra cultura y civilización en ningún lugar de la tierra. Somos conscientes de que vivimos en un lugar de la tierra que es una dádiva, a modo de nuevo paraíso, que el Creador nos ha dado y que en este vergel hay un “árbol político” frondoso al que hay que cuidar también, junto a la demás vegetación, con fino esmero, pero sin basar en sus frutos nuestra diaria alimentación. Pintemos este lienzo de ocho provincias con todos los colores del espectro, sin reducirlo al azul y rojo. Para esculpir, cincelemos por igual con la mano derecha o izquierda. Nuestra canción es un poema recogido solo en cuatro o cinco versos, con un quejido inicial y una sentencia terminal, donde se enroscan alma y sentimientos. No tenemos hábito soberbio, somos narcisistas de imagen y solidarios y humildes de corazón. Y ahora, en pleno siglo XXI, sabemos que aparte de nuestro aire, nuestro cielo, nuestro clima y nuestro carácter, no podemos volver a ser lo que fuimos. Cante, baile, alegría y gracia no quedan atrás, pero no lo vamos a poner por delante, porque al igual que cuando salimos de nuestras fronteras, nuestras características específicas se enquistan y nos adaptamos al medio, hay también que adaptarse a estos tiempos donde el que no avanza, retrocede y solamente el diario esfuerzo laboral nos hará ir a la cabeza de corriente progresista verdadera.
Pero nunca olvidaremos que vivimos en una tierra paradisíaca donde el pecado original tiene más difícil su existencia, si no es que ha comenzado su regresión irreversible.
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