Están especializados en la tecnología de plástico, que no es otra cosa que hacer piezas y moldes con la tecnología de la inyección para el sector industrial. Llevan desde el 97 abriéndose hueco entre las principales empresas de nuestra comunidad, a los que les prestan un servicio a la carta dependiendo de sus necesidades. Pero también tienen ideas y ahora se han lanzado a vender un producto patentado, la Luciérnaga Dac, para el sector de la hostelería, un pequeño dispositivo, de plástico como no podía ser de otra forma, a modo de semáforo que indica al camarero si el cliente está o no servido.
La historia de Andalplast es la historia de una familia y de sus avatares. La idea de montar un negocio basado en la inyección del plástico parte de José Andrés del Pozo y su ex cuñado, alemán aunque retornado a tierras germanas. El currículum de José Andrés empieza en el ámbito de la Psicología pero pronto se centra en la empresa, en los recursos humanos y en la planificación, con labores de consultoría en numerosas compañías pero con la Expo y su posterior crisis, termina en Canadá formándose en dirección de empresas. De vuelta a la tierra, su hermana se casa con un alemán que le comenta que en España no encuentra ninguna empresa dedicada a la producción de piezas de plástico de inyección, fundamentales para el sector industrial. Y, sencillamente, se lían la manta a la cabeza. Consolidados, la marcha de su cuñado provoca un cambio en la empresa que, manteniendo el carácter familiar (él es socio mayoritario) hace partícipe de esas acciones a muchos de sus trabajadores como socios, por lo que tienen voz y voto en Andalplast.
Cuenta José Andrés del Pozo que han estado en crecimiento constante y sostenido, sin grandes pico, “asentando el negocio para que no se nos escapara de las manos porque de éxito también se muere”. De dos personas y una máquina en los comienzos, ahora son ocho máquinas y siete personas, aunque antes de la crisis eran trece. De hecho, reconoce que la crisis les ha cogido preparados porque se vieron venir que la cosa no iba bien. Ya en 2008 veían signos en Estados Unidos de que el lobo estaba al caer y decidieron parar inversiones, asentar clientes y esperar a ver qué pasaba y aunque la crisis les ha hecho reducir plantilla, los costes fueron menores que en otras empresas, lo que le ha permitido empezar a recuperarse. De hecho, si facturaban en 2008 un millones de euros, las cifras se redujeron a la mitad en 2009 y ya en 2010 alcanzarán los 700.000 euros.
La mayor parte de sus clientes proceden del sector industrial, desde Renault hasta Santana Motor, aunque el 80% procede del área de Sevilla. “Somos suministradores de servicios”, explica José Andrés Del Pozo, les suministran las piezas que la empresa en cuestión no puede hacer, les fabrican los diseños de las piezas, los moldes, el montaje... y eligiendo el mejor material para cada pieza, porque con el plástico “se pueden hacer muchas cosas”. Eso sí, son las empresas las que aportan su necesidad, buscan una pieza en concreto que encaje en su maquinaria o en su producto, y si se necesita ayuda, Andalplast subcontrata el diseño, porque, reconocen que no tienen departamento de I+D.
Así las cosas, aunque consolidados en su terreno, el ser suministrador de un servicio crea “una gran dependencia de los clientes”, reconoce el gerente de Andalplast, por lo que siempre han estado buscando ideas a desarrollar para abrir otras vías de negocio que les de un mayor margen de maniobra. Y aquí surgen sus patentes. Ante una situación como la actual, en la que no van a salir empresas nuevas porque “hay miedo y están asustados” y con un mercado nacional paralizado, en el que las compañías intentan incrementar sus ventas sin que haya confirmación de que van a conseguirlo, era necesario “desarrollar productos nuevos y novedosos, que tengan un consumo potencial alto”.
José Andrés llevaba tiempo dándole vueltas a la idea de la Luciérnaga Dac, reconoce que por dar respuesta a una necesidad como consumidor, porque estar en los bares y ver que el camarero no te atiende, que lo tienes que buscar y encima pegar voces para que te localice “me causaba estrés”. Y se le ocurrió la idea de un dispositivo, tipo semáforo con una parte verde y otra roja, que estuviera en la mesa y que el camarero viera para saber si el cliente estaba atendido o no. Rojo, si está atendido, verde si no lo está. El cliente le da la vuelta si quiere una cerveza más o un rodaballo a la plancha, y el camarero atiende y le vuelve a dar la vuelta al servir.
La Luciérnaga Dac está patentada aunque si fortaleza está en la simpleza. Son tres piezas de plástico, que apenas pesan y que incluso puede tener la publicidad del establecimiento (si alguien se la lleva a casa, siempre tendrá el nombre del restaurante) y se venden en cajas de cinco a 30 euros. Si un restaurante tiene diez mesas, con 60 euros las tiene todas cubiertas.
Para los restaurantes no es una gran inversión, evita que en medio de la comida alguien grite aquello de “¡Camarerooo!” y entre los profesionales de la hostelería que lo están probando, no ha sido mal recibido. Sólo es cuestión de acostumbrarse, como a todo. De hecho, hay tres modelos, el básico en cuatro colores (la parte en la que se puede insertar la publicidad), uno con un dispositivo con luz y otro con una señal de radio, todos pendientes de que la idea inicial cuaje en Sevilla.
Porque ahora viene la parte comercial: logotipo, marca, página web y demás están preparados pero ahora hay que ir a por los grandes restaurantes y las cadenas comerciales. El reto más difícil pero, el más apasionante. Sobre todo porque les divierte la idea y están dispuestos a rotar diseños, escuchar sugerencias y, más aún, seguir aportando nuevos productos para la hostelería porque si va bien hasta podrían tener su propio departamento de I+D, eso sí, sin olvidar que su base fundamental sigue en el sector industrial.