i no existiera el amor para que querrían las flores sus sépalos y pétalos. Sin su belleza, la polinización nunca se habría completado. El camino del estambre al pistilo es la vía romántica de la naturaleza. La aparición de la mujer en el universo no fue una complacencia, ni una necesidad, sino una inspiración divina. El todopoderoso había llevado a cabo el poema -la construcción de todo lo visible - pero faltaba la estrofa - el paraíso- y la mujer fue el verso que con su belleza y deleite dio origen a la poesía -el amor-. Desde agoreros a modernos críticos, desde escépticos a ignorantes y desde incrédulos presumidos a ateos soberbios, todos ellos acosan con su galopar laico, al “día de los enamorados” -San Valentín- y lo derriban con la vara intolerante del ateísmo, del gnosticismo o del relativismo modernizante. Pero el amor está ahí y el que murió por unir a las parejas de enamorados está en el recuerdo. Las flores han sido el sello lacrado que ha cerrado el sobre que contiene la carta amorosa de la vida.
Por su belleza, debió nacer en primavera, pero lo hizo a principios del otoño, cuando ya las flores habían conseguido su transformación en frutos. Fue un deslizamiento premeditado en el tiempo para evitar competencias en hermosura. Cuando las cúpulas de la Catedral de Cádiz agradecen el suave calor, del tímido sol de la mañana, en su barrio ve la luz por primera vez una criatura a la que ponen el nombre de la Virgen marinera -María del Carmen-. un bautizo amenizado por la suave sinfonía del oleaje de un Atlántico azul. La vieja ciudad, cubierta por el musgo de su “gracia innata”, sus relieves cicatrizales de las contiendas vividas y su alma libre y constitucional, ha tenido siempre en sus mujeres los trazos más bellos del lienzo de su existencia. Así lo vio y así lo comunicó en un eminente poema, el poeta inglés Lord Byron. Suya es esta frase: “La mujer gaditana es muy bonita, en ningún modo inferior en encanto a la inglesa y muy superior a ella en fascinación”, es decir en atracción irresistible. Y quiso que fuera extensivo a todas las gaditanas que componen la provincia. La muerte siempre fiel a su vocación, acabó con la vida -en tierras asturianas- del padre de esta pequeña, que contrayendo cariñosa y gramaticalmente su nombre, fue siempre para él, su “Maica”. Había que afanar, entregarse al trabajo con solicitud y congoja los hermanos mayores ante esta pérdida y los tres más pequeños al internado educativo, en la capital de España. Maica fue educada por las monjas ursulinas.
El tren en tiempos anteriores al Talgo y Ave, era una pequeña ciudad móvil y serpenteante, donde había espacio para el conocimiento, la amistad y también el amor. Y en uno de sus viajes de vuelta a casa por vacaciones, un jovencito con bastantes más años que ella, que contaba doce, se enamoró de aquella niña que comenzaba a tener atributos preciosos de mujer y que ni se dio cuenta de aquella atracción que produjo. El amor le ha durado toda su vida a ese estudiante.
Terminado bachiller vuelve a casa, ahora sita en la ciudad de San Fernando donde su hermano sacerdote fue destinado. Una guapa niña que habla castellano en una localidad andaluza, era un poderoso atractivo para los jóvenes de la época y hubo un primer y efímero sentimiento amoroso -me gustaba decía ella, aquel joven- que no llegó a más probablemente porque se impuso la distancia, en kilómetros, entre ellos. La pretendieron muchos, pero ella fue indiferente con todos, queriendo vivir su juventud sin ataduras.
Madrid, calle Libreros número 5, 2º piso, en el balcón una joven bellísima. En el asfalto un hombre -G.A. Bécquer- paseando. Sus ojos se fijan varias veces en los de aquella mujer y se enamora de ella. El amor a primera vista existe y es verdadero. Ella -Maica- iba por la calle por una acera contraria a la mía. La vi vestida de negro por la ausencia de esta vida de su hermano sacerdote. Que elegancia sobre aquel calzado de tacones. Mas que andar, levitaba. Me enamoró su figura. Supe al instante que era la mujer de mi vida. Cuando posteriormente estuve cerca de ella, oí su voz, contemplé su rostro y observé sus ojos, la atracción fue inconmensurable. Larga trenza cerraba la perfección de su belleza. Sentí las mariposas en mi abdomen que la dopamina actuando sobre mi estómago, se encargó de producir.
Han pasados los años, muchos años. Hemos pasado por todas las etapas que la Neurobiología concede al amor y volvemos a reproducirlas para que nunca se apague la luz inicial, como hacen las chimeneas de los palacios con el tronco seco al que le da la alegría y luminosidad de la llama. Cinco vástagos, cinco hijos nacidos del amor, no de sustraer de modo inconsciente horas al sueño. Y una segunda generación de seis nietos donde brilla entre cinco varones una nueva fémina, Rocío, que igualmente muestra su belleza,como la abuela, siendo rosas, sin tener que estudiar botánica.
La edad es avanzada. Con estos años en que tanto nos hemos amado hay que tener siempre preparado el equipaje, aunque no pensamos aún en marcharnos, pero si tenemos claro el viaje que hemos de realizar y la certeza de la estación en que tenemos que apearnos. El tiempo que en la otra vida pierde la medida, hará el milagro de hacernos creer que nunca habrá separación. Aunque todos los días estamos enamorados es importante que haya un icono, un San Valentín, que recuerde que hay verdad en lo que realizaba. Los árboles tras esta efeméride comenzarán a soñar con sus flores primaverales y sus frutos otoñales y Maica, flor que no ha perdido la belleza de sus corolas, conocerá, con sorpresa, este escrito con el que he querido homenajear a ella y a todas las parejas enamoradas, mostrándole que, a pesar de los tiempos que corren, el amor sigue siendo imperecedero y las flores y los poetas lo confirman.
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