Hay una expresión para definir la grandeza del fútbol que me parece excesivamente cursi pero que, admitámoslo, resume qué lo hace tan trascendental ante los ojos de millones de espectadores de todo el mundo: es la vida misma contada en 90 minutos. Un partido de fútbol genera sufrimiento, alegría, amor, odio, angustia, esperanza, debilidad, ilusiones, sueños, pesadillas... Todo eso mismo con lo que hemos aprendido a convivir desde que tenemos conciencia de nosotros mismos.
Y pese a todo, el cine sigue en deuda con el deporte rey a la hora de llegar a transmitirlo a través de una película. Desde El fenómeno y Once pares de botas hasta Evasión o victoria -tal vez la más emblemática de todas, pese a que como se dijo en su día John Huston no tenía ni idea de fútbol-, todas las ocasiones en que el cine se ha asomado a este deporte ha sido incapaz de trasladar lo que se vive en el interior del terreno de juego, por muchas veces que repita a cámara lenta la chilena de Pelé.
Tampoco parece que Taika Waititi tenga mucha idea de fútbol, pero se ha servido del mismo para hablar de la aceptación a partir de esta comedia dramática menor en la que se agradece su peculiar sentido del humor e incluso el empeño por adoptar determinados puntos de vista.
El peor equipo del mundo -traducción muy libre y universal del original Next goal wins (el que marque gana)- relata la historia real de la selección nacional de Samoa Americana, que figura en los anales por su sonrojante derrota ante Australia por 31-0. En un desesperado intento por limpiar su imagen y participar en la siguiente eliminatoria para el Mundial consiguieron contar con un entrenador profesional, Thomas Rongen, al que encomendaron la misión casi imposible de que el equipo, al menos, marcara algún gol.
Michael Fassbender es quien da vida, tal vez no con demasiado convencimiento, al desesperado Rongen, mientras que Waititi se dedica a explotar el componente exótico de la isla y las posibilidades cómicas del estrafalario equipo, que es donde mejor se mueve el director de Jojo Rabit, para configurar una película amable y a ratos demasiado convencional, pero en la que tampoco oculta su talento creativo, como hace en su peculiar forma de describir el desarrollo del partido ante Tongo. Tal vez no sepa de fútbol, pero su público fiel tampoco, y ahí no creo que decepcione a sus seguidores.
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