Cuando la humanidad interpretaba el mundo en el que vivía exclusivamente por la magia y la religión cualquier información científica sobre la realidad era no sólo mal vista, sino considerada herética. Miles de procedimientos inquisitoriales, censura, represión, persecución, tormentos, encarcelamiento, muerte… se aplicaban contra quienes investigaban científicamente y publicaban sus obras. Las cabezas coronadas y las jerarquías eclesiásticas sepultaron la ciencia todo lo que les fue posible. En occidente, a partir del llamado renacimiento, en el seno de la Iglesia católica y clandestinamente fue naciendo una corriente de pensamiento que pretendía establecer una relación entre FE y Ciencia. Lentamente fue haciéndose pública de forma muy minoritaria, con los siglos fue afianzándose, hasta que ya bien entrado el siglo XX tomó carta de naturaleza. Después de las grandes derrotas sufridas en la cosmovisiones astronómicas y antropologías eclesiásticas, muy pocos teólogos fundamentalistas mantienen la negación de los descubrimientos científicos. El sentir mayoritario en la Iglesia católica es que es indispensable establecer una relación entre FE y CIENCIA. El eminente teólogo Teilhard de Chardin publicó un ensayo titulado CIENCIA Y FE a principios de los años 70, marcando la tendencia que la teología moderna seguiría.
Ambos conceptos son esencial, radicalmente distintos. Una primera distinción reside en sus respectivos objetos. La ciencia persigue generar conocimiento sobre la realidad en la que está inmersa la humanidad. Y ese conocimiento permite dar respuestas, aunque siempre provisionales, a las numerosas preguntas que las personas se hacen sobre los más variados aspectos que afectan directa o indirectamente a sus vidas. La FE ha renunciado a predicar, como antaño hacía, sobre amplios aspectos del conocimiento. El “Por Qué “ ocurre lo que viene acaeciendo es la esencia de la Ciencia. La Ciencia es “ABIERTA”, nada de lo que anuncia como principio está a salvo de indagaciones venideras. Y “no pasa nada” si lo que hoy se asume como certeza acaba siendo modificado por nuevos hallazgos. Lo que hoy es útil para avanzar en la investigación puede ser, y con mucha frecuencia, desechado por no permitir seguir indagando. Callejones sin salida. Que también, a su vez, conforman preciosas aportaciones, ya que al menos se saca en claro que por ese camino no se va a ninguna parte. Y se retoma la línea de investigación para alcanzar nuevos conocimientos. Y así permanentemente. Esa propiedad esencial de la Ciencia no es compartida por lo que la teología llama FE. La FE está constreñida por el dogma. Y el dogma, la misma palabra lo expresa, es cerrado, estático y compacto. Sin fisuras, sin dudas, sin interrogantes. Y si todo está claro, diáfano y el misterio es aceptado sin cuestionamiento ¿Tiene algún sentido preguntarse sobre alguna cosa? El misterio de Dios es explicado por la Iglesia y sólo a ella le incumbe interpretarlo para hacerlo llegar al rebaño de creyentes.
En el siglo XVI, la cosmovisión asociada a la doctrina de la FE, tuvo que confrontarse con los descubrimientos de la astronomía, la revolución copernicana situó al planeta Tierra en el modestísimo lugar que le corresponde en el cosmos. A medida que crece el conocimiento del universo, más modesto lugar aún ocupa. A principios de siglo XX, la teoría de la evolución, debatida hasta la saciedad por todas las confesiones religiosas, ayudó a concretar el ajuste a la ciencia de la antropología sostenida por la Iglesia. Aunque quedan aún reductos sectarios que defienden el creacionismo. Desde mediados del siglo pasado, cuando se asentó la propuesta teórica del BIG BANG sobre el origen del universo, la cúpula eclesial la cuestionó planteando la pregunta ¿y antes qué? Curiosamente hace no mucho, y en relación a los hallazgos del telescopio James Webb de la Nasa, el jesuita Guy Consolmagno, director del Observatorio Vaticano, manifestó que ese telescopio era un signo de “Dios para comprender el universo” concretando que las imágenes de la nueva herramienta astronómica “representan un alimento necesario para el espíritu humano”.
Ante los primeros postulados de física cuántica y la formulación del principio de incertidumbre el enroque de un sector de teólogos ha sido evidente. De hecho en la Universidad de Navarra se han propiciado seminarios destinados a concretar en clave teológica los nuevos avances en el conocimiento de las partículas y los desarrollos de la física cuántica. Un interesante trabajo titulado “Contribuciones de la Física cuántica al debate ciencia-religión. Exposición crítica del pensamiento de Pascual Jordan” objeto de una Tesis doctoral de Ignacio del Carril en la Universidad de Navarra Facultad Filosofía y letras presenta las claves filosóficas de la controversia.
Es Navidad y en el mundo católico se celebra el nacimiento, de nuevo como cada 2000 años, de Jesús de Nazaret. Poco o nada tiene que ver con los descubrimientos del telescopio Webb ni con el Bolsón de Higgins, el acelerador de partículas, las ondas gravitacionales,… porque las gentes se desean, profesen el credo que sea, simplemente -y no es poco- Paz y Bien. Un mensaje universal que toda la humanidad, excepto quienes están locos y enfermos de avaricia, desea se instale en los 365 días de cada año, permitiendo la hermandad de todo el género humano.
Ojalá que así sea. Paz, Salud y Libertad.
Fdo Rafael Fenoy Rico
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