Entiendo perfectamente que el naturalismo sea una disciplina peligrosa para la religión monoteísta y entiendo perfectamente que la religión monoteísta necesite marcar una línea insalvable entre animales y personas; de eso, se supone, trataba el alma. Junto con ella está todo el caldo cultural reaccionario, tradicional, un gazpacho entre lo darwiniano y lo divino que sitúa al hombre como recolector de las especies, porque un cazador o un torero pueden mirar a una presa a los ojos, pero no mas allá de los ojos.
De un tiempo a esta parte veo vídeos de gorilas jugando con las crías. Siempre me han fascinado los espalda plateada, machos alfa del gorila de montaña con un tórax inabarcable y una mirada de paciencia infinita. Los gorilas juegan con sus crías. Las crías se lanzan a molestarlos con una rama o subiéndose hasta la cabeza y el macho los ignora hasta que hace un movimiento rápido para sorprenderlos, los coge con una zarpa y les pone los dientes en la barriga, exagerando el gesto, y las crías se ríen, encantadas. Se los quitan de encima como parte de la broma mientras controlan su territorio, porque son padres en el amplio sentido de la palabra: juegan y protegen. Las hembras al parecer no siempre están contentas con este juego. He visto un vídeo de un macho enorme que sale corriendo con su extraña movilidad a dos patas, la espalda muy recta y las piernas muy bamboleantes, con una cría en la mano como si fuese un bocadillo robado, para poder jugar con ella mientras la hembra, que no llega a la mitad de su tamaño, los persigue.
Hostia puta, la lástima que da que esto suceda en un parque vallado.
Los gorilas se abrazan; las crías miran cosas con las que jugar, una encima de otra, porque el contacto físico debe ser mejor que la ausencia del mismo. La hembra lleva a la cría sobre la espalda. El macho coge a la cría que le molesta y se la pone delante para mantenerla en su regazo, pero hace como que no la ve; la ve con las manos.
Una hembra que perdió a su bebé intenta robarle el suyo a otra hembra y el espalda plateada, que siempre parece en el límite de la siesta y la vigilia, como la combinación de una gárgola y una estatua de Buda, sale disparado hacia la secuestradora. En un momento le ha quitado a la cría y la ha dominado con su cuerpo, pero no ataca, no muerde, no es ajeno al hecho de que esa madre viuda de hijo es de los suyos.
Un gorila espalda plateada no quiere matar. Te pone a prueba cuando entras en su territorio. Pasa por tu lado en un esprín atemorizante durante el que se golpea el pecho, y le pecho retumba con tambor de templo, pero si no huyes no te ataca.
Hay tantos códigos en todo esto, hay tanta estructura y sapiencia, amor y costumbre, que se entiende perfectamente que la religión monoteísta no quiera mirar a los ojos a un espalda plateada, más allá de sus ojos, para no tener que preguntarse cuál es la puta diferencia entre nosotros y ellos, cómo viven sin dios alguno.
Hay animales que guardan luto y levantan osarios de su familia. Los hay monógamos hasta la muerte, los hay vengativos. Juegan con nosotros asomando la cabeza fuera del agua para devolvernos el móvil que se nos cayó del bote, porque ellos también son exploradores y nosotros somos la especie recién descubierta. Ese darwinismo divino, reaccionario, no está preparado para mirar de frente a la bondad animal, y la llaman lealtad; a su inteligencia la llaman imitación. Algún día, espero, los animales nos pongan nombre. Querría saber cómo me llama mi perro dentro de su cabeza. Supongo que seré un olor y una voz de la que comprende cinco palabras, un latido por la noche.Y al final, creo, lo que quiero es que sepa que lo quiero, y que veo lo que hay detrás de sus ojos.
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