“Cuando la Navidad se torna en confundir lo que uno es con lo que uno tiene y lo que uno muestra con lo que uno vale, estamos en presencia de un problema”.
José Eduardo Abadi.
Al tiempo que el frío se deja sentir, por fin, asoma en el calendario este viernes negro comercial con el que de algún modo arranca de manera oficial la Navidad, cada año un poco antes. Un espanto para quienes por cuestiones sentimentales o económicas no disfrutan de una fiesta que, a este ritmo, dura mes y medio, para lo cual hay pocos cuerpos y bolsillos que la resistan por mucho que guste el
A Belén pastores. Aunque
especialmente lamentable parece la competición ridícula en a ver quién tiene la Navidad más larga, más alta, más lúcida, más Navidad.
Cádiz, Huelva, Málaga o Jerez le dan al botón del encendido en torno a este viernes negro, día 24, una semana antes de lo habitual pese al sobre coste en iluminación por estos días extras, mientras que el resto de capitales andaluzas se mantendrán entre el uno y el dos de diciembre; Granada compite con el abeto más grande y un árbol de 55 metros, Vigo -44 metros y una estrella de diez-, y Badalona, Oviedo o Madrid perderán la batalla ante
el pueblo cántabro de Cartes, seis mil habitantes, en esta ridícula competición de tener el arbolito más alto al elevarlo hasta los 65 metros y con ello iluminar por encima del resto de Europa y, claro, sus competidores, perplejos, estudian andamiajes extras para elevar el suyo, más alto, más grande, con más luces, una competición en toda regla para ver quién, en resumen, es el más tonto y reñida parece.
Debe ser por el nivel. La irresponsabilidad es tremenda.
Y que nadie venga con la bobada de que se hace para activar el consumo, que la gente gastará lo que tenga que gastar llegado el momento y según la capacidad de cada uno, que dicho sea de paso es escasa ante la escalada de precios brutal de todo. Se hace para que el político o gobierno de turno vea alumbrada su figura, como el caso de Abel Caballero en Vigo al que no se conoce otra gestión meritoria más allá de su magnético alumbrado navideño y, claro, el ejemplo ha cundido en otros territorios, ávidos y necesitados de ser alumbrados por la causa navideña ante, seguramente, la escasez de otros argumentos de gestión pública. Es la política del escaparate versión navideña.
Coste por habitante, Huelva se sitúa a la cabeza española con 3,69 euros por habitante en datos de los últimos años y dividiendo el presupuesto con respecto a la población, mientras que Bilbao es de las que menos gasta usando esa misma proporción al reducirlo a 0,02 euros. No solo en esto, las diferencias entre Huelva y Bilbao son abismales, desde luego en la gestión del dinero público también.
Claro que a casi todos gusta ver su ciudad iluminada, un árbol que sube y sube y se pierde entre nubes, abetos, trineos con manada de renos al frente, aunque en su conjunto todo parezca tan hortera como esas casas norteamericanas con dos mil bombillas parpadeando y todo el decorado que uno pueda imaginar. Resulta horrible. Una cosa es ser elegante e iluminar los días exactos, actuar con responsabilidad de gasto, fomentar lo típico de cada tierra tiene como las zambombas y el Belén, otra esta manía de americanizarlo todo sin pudor, jugando a una olimpiada navideña a ver quién se lleva el oro y, sobre todo, olvidando lo importante.
Esta competición municipal luminotécnica lo que verdaderamente refleja es el nivel político, fomentando la cultura de lo superficial para tapar lo realmente necesario y esencial. Claro está, es mucho más difícil solucionar y mejorar los déficits importantes que hacer un contrato para llenar la ciudad de luces y conseguir con ello dar la apariencia de que vivimos inmersos en una maravilla. Además, contando con la garantía de que a todos gusta divertirse y ser felices y mientras disfrutamos no estamos en otras cuestiones. Cuando nuestros ojos reciben mucha luz, se ciegan.
Desde que las fiestas navideñas dejaron de ser religiosas y familiares, momentos de compartir la celebración del nacimiento de Jesucristo y viraron hacia el consumismo cada vez más desaforado, se han convertido en tristes para muchas personas, entre ellas para quienes en el camino de su vida le
han quedado huecos que son sombras donde la nada habita y nada rellena porque la ausencia eterna no admite consuelo y se hace más evidente que en el resto del año. También la costumbre impostada de la obligación de estar alegres, hacer regalos cada vez más en número y precio, continuas fiestas y comilonas, todo ello supone un gasto que inevitablemente hace que sea la época del año más triste para el que no tiene y sufre por no poder montarse al carro o, peor aún, no poder ofrecer a sus hijos o entorno lo que otros tienen. Con datos de 2022, en España el 20,4% de los habitantes viven en riesgo de pobreza, 9.700.000 millones de personas con ingresos medios de 795€ al mes. Niños de familias en esa situación ascienden a 2.200.000. El gasto en Navidad se cifró en una media de 550 euros por persona, esta cuantía es la media, lo que quiere decir que el gasto fue muy superior a esa cifra para muchos españoles porque quienes sus ingresos no dan ni para cubrir las necesidades básicas, no gastaron nada.
Llama la atención esta sociedad con los políticos centrados en eliminar discriminaciones sociales, las que son más rentables en votos, gastando miles de millones en ello, también conjugando el que todos somos iguales y no se hace mucho por eliminar la fuerte discriminación social que sufre toda la población en situación de pobreza, agudizada en las navidades consumistas que precisamente impulsan quienes gobiernan con gastos que, en parte al menos, podrían destinar a que la Navidad fuera para todos. Se apela a la solidaridad, a campañas de
Un niño un juguete en los grandes centros comerciales, para con ello calmar nuestras conciencias, pero en paralelo se nos empuja al derroche sin solución de continuidad y nos alumbran y ciegan con gastos de millones de euros en luces anticipadas y árboles cada vez más altos para, en conjunto, medir quién la tiene más larga. La Navidad.