Casi cuatro meses después de las elecciones del 23J, el hemiciclo del Congreso ha vivido la primera jornada del debate de investidura de Pedro Sánchez, llamada a prosperar, y en la que el aspirante a seguir en la Moncloa se ha conjurado en construir “una España mejor”, alejada de los peligros de la ultraderecha.
“Creo en España. Va a ser un país mejor. A ese objetivo voy a consagrarme en cuerpo y alma los próximos cuatro años”, ha proclamado Sánchez en su alocución a la ciudadanía.
Durante una hora y 45 minutos, Sánchez ha desplegado su argumentario, en el que todas las miradas estaban en sus referencias a la amnistía a los dirigentes independentistas catalanes, con Carles Puigdemont a la cabeza.
El ‘premio gordo’ ha tardado en salir, porque Sánchez ha citado la palabra por primera vez cuando llevaba hora y 20 minutos de alegato.
Los diputados de PP y Vox le habían azuzado para que abordara el asunto antes -”¡la amnistía, ¿para cuándo?”-, pero Sánchez se ha hecho de rogar.
“En nombre de España y de la defensa de la concordia vamos a conceder una amnistía”, se ha comprometido el líder del PSOE, dispuesto a convencer a los independentistas de todo color que “España es un buen país para ellos”.
A la vista de las protestas extramuros del Congreso y de las llagas que ha abierto la medida de gracia, se esperaba una sesión de alto voltaje, pero el seísmo ha sido inferior que en otros debates.
Eso no ha quitado a que desde la bancada del PP y de Vox se hayan revuelto contra Sánchez en sus menciones a sus “pactos de la ignominia” en comunidades autónomas y ayuntamientos.
“¡Mentira!”, “¡Pinocho!”, “¡sinvergüenza!”, han sido algunas de las perlas dedicadas a Sánchez, aunque la presidenta del Congreso, Francina Armengol, apenas ha tenido que terciar para insuflar calma y no ha amonestado a ningún diputado.
“Les ruego que estén a la altura de las circunstancias. Tranquilidad. Compórtense”, les ha suplicado Armengol, a lo que Sánchez ha apostillado al dirigirse a la derecha: "Se les va a hacer muy larga mi intervención".
Algún diputado popular ha reservado sus dardos para las redes sociales, al tildar a Sánchez de “aspirante a dictador arrodillado ante un prófugo”, en alusión a Puigdemont, quien no ha merecido mención de Sánchez en su taco de folios.
Además del paquete de promesas y medidas para los próximos cuatro años, el capítulo al que Sánchez ha dedicado más tiempo ha sido el dedicado a arremeter contra el tándem de "las derechas retrógradas", a la que ha definido como "la oposición más estéril y bronca que ha conocido España".
"Ni un paso atrás", ha clamado el aún presidente en funciones en su "o ellos o nosotros".
Como escudo ante “los profetas del odio”, la bancada del PSOE ha arropado a su líder con una treintena de ovaciones de intensidad variable.
Al ‘aplausómetro’ no han contribuido ni Junts, la formación de Puigdemont, ni ERC, los dos socios clave para que haya gobierno, y apenas lo han hecho las ministras de Podemos Ione Belarra e Irene Montero, más pendientes de sus móviles que de unir sus palmas.
La líder de Podemos se ha solidarizado con Palestina con una prenda sobre el cuello a modo de “kufiya”, al igual que otros diputados de Sumar, que han llevado un pin con la forma de una sandía, símbolo de los colores de la bandera palestina.
En la tribuna de invitados, no se ha colgado el cartel de aforo completo, quizá por la ausencia de los presidentes autonómicos del PP, con la excepción del gallego, Alfonso Rueda.
De los tres mandatarios socialistas, han estado la navarra María Chivite y el asturiano Adrián Barbón, y se ha ausentado el castellanomanchego, Emiliano García-Page, el más guerrero contra la amnistía.
De las primeras que han tomado asiento ha sido Begoña Gómez, la esposa de Sánchez, a quien ha acompañado los padres del presidente.
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