Se juega más de lo demasiado con los conceptos de intelectualidad, cultura y progreso. A día de hoy, los pueblos están llenos de “pseudointelectuales”, los medios audiovisuales de contertulios sabelotodo, los políticos de absurdas y pegajosas ideas progresistas. Los parlamentos son fuentes de chorros que hacen brotar múltiples insultos e improperios. Las universidades son edificios demasiados expuestos al rigor huracanado de los “ideales” y los templos no cubren los huecos que sus bancos ofrecen a los fieles, más preocupados en presentar magnos acontecimientos que cumplir con la liturgia.
La pluma se ha puesto a precio de saldo y es fácilmente adquirida por todos aquellos que luego utilizan su tinta para cubrir de palabras, páginas, a las que debidamente compactadas le dan el nombre de libro y se autoproclaman escritores, sin llegar a sonrojarse. Ahora ya el poeta no nace, se hace y el material con que construye no goza de la textura suficiente para mantener el edificio de una estrofa de catorce versos.
Es controvertido y curioso que tanto avance y descubrimiento audiovisual vaya acompañado de una caída decepcionante de la calidad del ser humano. Comenzamos a no ser nadie si no tenemos una maquinita entre nuestras manos. Nos hemos aislados y no sabemos dónde venden el billete de vuelta. El nuevo dios es la “inteligencia artificial”, El infierno ya no existe, pero si el ChatGPT que nos hurta la alegría de la creatividad.
La tarde ha sido cálida, el sueño profundo, la brisa suave. El patio, un claustro porticado. Domina un silencio solo rasgado por el último murmullo de la hoja antes de su caída al suelo. El otoño bosteza esperando llegue la orden de la naturaleza, para iniciar su perenne programa. Despierta el carácter reflexivo del ser humano. Es la hora del pensamiento íntimo. El aroma de la taza de café es el gas hilarante de los momentos felices. El reloj parece detenerse ensimismado ante el sórdido paisaje. La vida se muestra desnuda, emulando al poema libre.
Creer saber de todo, relativizar todos los conceptos, es acercarnos íntimamente al peor de los brazos de la ignorancia, pero es esta la cuerda que sostiene al desequilibrado puente por donde camina la falsa intelectualidad. Nos hemos olvidado del sólido acero del conocimiento y el estudio y el puente de la sabiduría ya hace tiempo que lo estamos construyendo con ignorante y moldeable plastilina.
La ignorancia es un desierto árido que tiene un oasis encantador, misterioso, posible de imaginar y que nos lleva a pensar y reflexionar, mientras las flores abren sus cálices y sus cromáticas corolas dispersan la luz solar. Pienso: qué hacía yo durante la vida intrauterina. Mis funciones estaban organizadas, pero mi cerebro no tenía discernimiento, no ha dejado ningún recuerdo la inefable huella del ser consciente ¿Porqué tuve que esperar tanto tiempo después de nacer para tener clara idea de los sentimientos, del amor y de las ausencias? Debía de ser de otra forma nuestros primeros años de vida, porque la actual, llena de ignorancia, me sustrajo el poder conocer y tener recuerdo vivo, no comentado, de la mujer que me dio el ser.
Y fueron muchos los porqués que tras ello me expuse: ¿Porqué el universo, el sistema solar, la tierra, la vida orgánica y, sobre todo, la creación del ser humano? ¿Para qué somos precisos? Para crear un mundo en el que después de tantos siglos nada ha cambiado y el ser humano parece que disfruta destruyendo al ser humano, permitiendo y justificando -como ahora estamos viviendo- crímenes a los que sublima con el eufemismo de ser “consecuencias de la guerra”. Jugamos en campo ajeno y sin saber exactamente contra que equipo. Para poder vivir, precisamos que otros -vegetales y animales- pierdan su existencia. Para poder morir tenemos licencia, pero se la subrogamos a la naturaleza, salvo en los casos de autolisis. ¿Y después? No sé lo que hay detrás del abismo, no tengo la indumentaria que se precisa para ello, aunque de la lejanía llega un rumor a mis oídos cuya audición nos sostiene en la esperanza.
Con las últimas luces del día, las columnas del patio lucen sus arquitrabes, frisos y cornisas. Animado por ellas, yo siento que la única luz que jamás se apaga es el amor. La mujer siempre -a pesar de las divagaciones actuales- será su símbolo, sea madre o esposa. La tarde quiere hacerme poeta. No llegaré a serlo nunca, pero en agradecimiento, ante tal halago, escribí para ella estos versos: “Decae la luz de la tarde/ caminando hacia el crepúsculo/ el sol se tiñe de rojo/ el mar le espera tranquilo/ sabiendo que el horizonte/ acabará por unirlos. El goce de la vida lo da el pensamiento reflexivo y un patio con aroma a claustro porticado de un antiguo templo.
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