Con las elecciones presidenciales del próximo domingo en Argentina, o en una eventual segunda vuelta en noviembre, se sabrá si el peso argentino, la moneda creada hace casi 31 años para cortar de cuajo con la hiperinflación en el país suramericano, tiene o no los días contados.
La divisa, que desde su creación en enero de 1992 y durante una década equivalió a un dólar estadounidense, se fue depreciando por políticas erróneas y recurrentes crisis y actualmente no vale ni medio centavo de la moneda norteamericana.
"El peso no puede valer ni como excremento, porque esa basura no sirve ni para abono", aseveró días atrás el economista libertario Javier Milei, candidato presidencial de La Libertad Avanza (ultraderecha), a quien los sondeos ubican como favorito para ganar el 22 de octubre.
Milei propone liquidar el Banco Central argentino y dolarizar la economía, un plan que la mayoría de sus colegas cree de imposible ejecución dados los profundos desequilibrios macroeconómicos actuales.
Según muchos expertos, Argentina necesitaría al menos unos 40.000 millones de dólares para ejecutar el plan de Milei.
La realidad es que el Banco Central tiene hoy reservas netas reales negativas (-7.000 millones de dólares, según cálculos privados) y dolarizar supondría una depreciación dramática de activos e ingresos de los argentinos, un 40 % de los cuales ya son pobres.
Milei insiste en que dar muerte al peso para eliminar la constante emisión monetaria que financia el déficit fiscal es la única vía para poner fin a la elevadísima inflación, del 138 % interanual en septiembre, pero no son pocos quienes temen que un cambio disruptivo mal ejecutado desemboque en una hiperinflación como la que padeció Argentina en 1989-1990.
"Si se dolariza y no se tiene equilibrio fiscal, no se baja la inflación. Tan disruptivo es lo que propone Milei que a mi me parece muy burdo técnicamente y no creo que se pueda aplicar porque políticamente y socialmente es casi inhumano", dice a EFE Leonardo Piazza, director de la consultora LP Consulting.
Curados de espanto por las recurrentes crisis que han vivido, los argentinos se refugian en el dólar estadounidense para cuidar lo mucho o poco que logren ahorrar. El valor de la divisa es una obsesión para cualquier ciudadano que cada día consulta, además del pronóstico meteorológico, la cotización del dólar.
O, mejor dicho, sus múltiples cotizaciones, porque las fuertes restricciones que imperan en el mercado oficial han abonado la inventiva argentina que, a como de lugar, genera opciones para hacerse de divisas en la calle, los sofisticados circuitos financieros y hasta el mundo "cripto".
Según datos oficiales, los argentinos atesoran unos 265.000 millones de dólares en cuentas fuera de su país, en cajas de seguridad o en billetes guardados "bajo el colchón", aunque esa cifra sideral no les garantiza el sueño en absoluto y siguen demandando divisa estadounidense, que hoy vale dos veces más en la plaza informal que en los bancos y casas de cambio a los que pocos pueden acceder por el "cepo" cambiario.
Los argentinos son, de hecho, bimonetarios -fijan precios de bienes y contratos de servicios en función del valor del dólar-, algo que la candidata presidencial Patricia Bullrich (Juntos por el Cambio, centroderecha) propone normalizar, quitando el "cepo" y dejando que la gente opere libremente en pesos o en dólares.
Pero una unificación cambiaria sin generar al mismo tiempo confianza no está exenta de una fuerte devaluación y su inmediato efecto inflacionario, algo que ya ocurrió en agosto, con un salto del 22 % en tipo de cambio oficial y del 12,4 % en la inflación mensual.
El candidato oficialista y ministro de Economía argentino, Sergio Massa, promete relajar las restricciones cambiarias, pero en forma gradual, y apuesta a una recuperación del peso en 2024, de la mano de un mejor saldo comercial.
Sin embargo, muchos economistas y agentes del mercado creen que, a los niveles de actuales de brecha cambiaria y con un Banco Central sin poder de fuego en sus reservas, aun ganando las elecciones Massa no podrá esquivar una nueva devaluación igual o mayor a la que convalidó en agosto por exigencia, según ha alegado el propio ministro, del Fondo Monetario Internacional, al que Argentina adeuda 46.000 millones de dólares.
Según Piazza, gane quien gane las presidenciales, hay frentes abiertos a "acomodar rápidamente" con acciones "pragmáticas" que podrían implicar mayor devaluación e inflación y ajuste fiscal y generan "mucho temor" por sus potenciales derivaciones sociales.
"La transición será durísima. Puede haber devaluación, ajustes de tarifas, más inflación. La clave es que se haga con sustento y con consenso político", subrayó Piazza.
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