Toda Grecia sigue estremecida tras la muerte a las diez de la noche del sábado de un joven estudiante de 15 años en el centro de Atenas por un disparo de un policía. El policía y varios de sus compañeros en un coche patrulla fueron atacados por un grupo de unos treinta jóvenes que les insultaron y les tiraron distintos objetos, provocando que los policías lanzaran varias granadas con gases lacrimógenos. Uno de los policías se bajó del vehículo, disparando contra el joven Andreas Grigoropulos, hiriéndolo gravemente en la zona torácica. Estos hechos han levantado una oleada de protestas que tiene preocupado al Gobierno, que ya ha puesto sobre la mesa la dimisión del ministro del Interior. Averiguar cómo se desarrollaron los acontecimientos para que falleciera este joven es una de las premisas marcadas por el Gobierno, pero a pesar de eso, esta muerte ha provocado una repulsa total de los ciudadanos hacia los cuerpos de seguridad. Juzgar a uno por todos es una premisa equivocada y aunque ya no se puede evitar el fallecimiento de este joven, la violencia, sólo trae más violencia, y lo que se persigue es que el que la tenga que pagar, lo haga, y no crear un recelo contra instituciones que no lo merecen.