Viernes de Dolores de 1993, gastaba 6 años, paseaba junto a mi abuelo Pepe (que me está leyendo desde el cielo). Probablemente íbamos a taekwondo o a la academia de inglés, o quizá me recogía de alguna de esas 2 actividades extraescolares.
Aquel día sigue grabado en mi memoria de manera férrea. Pero no por las merecidas vacaciones del segundo trimestre que un pequeño saltamontes de esa edad disfruta a las puertas de la primavera. El motivo por el que recuerdo ese día fue una visita a la farmacia de mi barrio, situada en la calle Martínez Montañés esquina calle Alto de la Pandera.
Quiero aprovechar para invitaros a visitar la fachada de este local, una obra de arte reciente y realmente espectacular fruto de la mano de un gran artista jiennense y jaenero de nuestros tiempos: José Ríos. Volviendo a la visita de la botica, recuerdo perfectamente que nos atendió “Antonio el de la Farmacia”, un hombre cercano, bonachón, de pelo pobre, cara redonda, brillante por amabilidad y más madridista que Santiago Bernabeu.
Antonio sentenció para los presentes una frase que resuena con eco en mi cabeza cada vez que se acerca la Semana Santa: “El Martes Santo vais a ver algo que ni vosotros ni yo hemos visto jamás… una procesión con costaleras”.
En 1993 fue algo novedoso y disruptivo, incluso puedo imaginar que para los más rancios de aquella época fue algo irreverente. Esperé con ilusión la llegada del martes para comprobar la afirmación de Antonio y vaya si lo comprobé: la Hermandad de la Clemencia hacía uno de los cambios de turnos de sus costaleros y costaleras justo debajo del balcón de mi casa que asoma a la emblemática calle Millán de Priego.
Durante años he visto procesionar los tronos (porque en Jaén se dice tronos, leche) acompañados por sus penitentes desde el balcón de mi casa. Es más, muchos de esos años mi familia recibía el Martes Santo la visita de honor de la “Tita Lola” y el “Tito Navi” que junto a mis primas María y Cristina cenábamos y disfrutamos de la procesión desde aquel balcón.
El pasado Martes Santo, 30 años después, quise ver desde otra perspectiva a la Hermandad de la Clemencia adentrándome casi en el epicentro de su camino de vuelta. Desde la puerta del Archivo Histórico Provincial fui testigo de la recogida del Cristo de la Clemencia, Nuestro Padre Jesús de la Caída y María Santísima del Mayor Dolor.
Fue impactante y emocionante sentir la fe y la pasión de penitentes, costaleros y del barrio de La Magdalena al paso de esta hermandad. Una hermandad que 30 años después de haberla conocido sigue viviendo su fé y devoción con sello propio y estilo particular, pero alejados de cualquier estridencia innecesaria.
El año que viene no lo dudaré y el Martes Santo volveré a zambullirme en las empedradas calles de La Magdalena para disfrutar del paso de una de las hermandades más auténticas de nuestra ciudad.
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