Más de medio siglo ha transcurrido desde que Andrés Sánchez Robayna (1952) diera a la luz su primer poemario, “Día de aire”(1970). Desde el rigor y la coherencia, su obra lírica ha ido sumando varios títulos más, entre los que destacan: “Tinta” (1978 – 1979), “La roca” (1980 – 1983, premio de la Crítica), “Tríptico” (1985), “Inscripciones” (1996 – 1999), “El libro, tras la duna” (2000 -2001) y “Por el gran mar” (2010 – 2018, premio Mallarmé).
Ahora, Galaxia Gutenberg reúne su poesía completa en “En el cuerpo del mundo” (Barcelona, 2023), un volumen donde sobresalen las raíces hondas y trascendentes de un escritor que refunda su personalísimo universoal par de un decir solidario y común. No en vano, él mismo ha confesado que “el poeta debe siempre romper las trampas de la privacidad, la obturación del subjetivismo”.
A lo largo de estas más de cuatrocientas páginas, lo visible de la realidad se aparece como una sucesión de hechos y circunstancias donde también tiene cabida lo ontológico. Porque en la perdurabilidad de estos versos, se intuyen, también, las limitaciones e imperfecciones del ser, aun a sabiendas de que su determinación constitutiva resulte incesante. A su vez, la luz, se alza como referente y motivo permanente de luminaria ambición desde donde “la voz humana” pueda reescribir su “herida de sed y resplandor”, y descifrar las posibilidades en donde “hablan los mundos, laten los lenguajes”.
Por otra parte, el escritor canario sitúa el devenir del espacio vital en una potencialidad fructífera, identitaria de una comprensión que llegue a la citada colectividad. Y lo hace, mediante una palabra donde la memoria sea representación palpable y simbólica de lo que otrora fuese no sólo materia, sino también origen: “Hijo, ¿quieres venir conmigo al bosque?/ Ya sabes, no es un bosque, es sólo una arboleda/ de pinos polvorientos, junto a un hosco barranco,/ pero nos ilusiona ese nombre de sueño./ Dame tu mano. No: toma la mía,/ guíame, entre detritos y pinocha,/ por las sombras del tiempo ahora que veo/ en sus cercos a un niño que es padre de quien soy”.
Y, precisamente, es en ese tiempoen el que se producen los acontecimientos. El mismo tiempo, sí, que intuyese Aristóteles y queen función de su entendimiento aunase la esencia del ser en las cosas naturales. Aquí y ahora, el sujeto lírico sabe que cuanto gira en derredor de sí son entes mutables y, por tanto, asumeque al estar en continua transformación su presente es arbitrario, De ahí, la inevitable interrogante: ¿Será capaz ese yo de invocar alguna afección hacia todo aquello que tiende a cambiar y, en último término, desparecer?: “Que pueda ver mi rostro al fin,/ antes de toda destrucción”.
Sentido y pensamiento son, en suma, razón primigenia en todo este conjunto de sobresalientes poemas, donde lo empírico se hace síntesis de un atractivo diálogo entrelo indagatorio y lo contestatario, entre lo intuido y lo tangible: “Todo reposa, ahora, ante el mar extendido./ Como un rocío, hay paz sobre la hierba húmeda (…) El sol abraza la quietud de los mundos/ y las olas alisan la tierra que lo alaba./ Toda belleza, toda consonancia,/ la integridad, se funden en el cielo”.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es