Escuchamos el llavero, la puerta abriendo, ¡es papá! Como siempre dos besos a su mujer y otros tantos a sus hijos. La respiración algo alterada, nerviosa, no era normal… “papi, ¿qué te ocurre?” “¡No sabéis lo que me ha pasado!”, respondía él. “Estaba trabajando y se me enganchó la cadena que llevo colgada de mi cuello en la máquina de impresión, sentí que la fuerza de la máquina me tiraba hacia ella, llegó al crucifijo y gracias a él la máquina se paró”. Entonces nos enseñó el crucifijo medio aplastado.
Tengo esa imagen guardada en mi corazón hace muchos años, era más niño que ahora. Bien podría haber sido cualquier objeto el que parara aquella impresora industrial, pero el caso es que fue la cruz quien lo hizo, fue el Señor quien evitó alguna segura desgracia.
Cuando hablamos de vida, cuando hablamos de la resurrección, cuando hablamos del cómo está Jesús vivo entre nosotros, justamente debemos pensar en estas cosas. Cuántas situaciones de vida provoca y permite el Señor cada día. La resurrección es mucho más que un milagro - que en sí lo es – puntual que nos regala Dios. La resurrección es saber que Cristo camina con nosotros a nuestro lado haciéndose el encontradizo. Es saber que Jesús está dando vida en la visita a un enfermo, en el calor de la familiar, en la sonrisa de un niño, en el abrazo de una madre, en el café con un amigo, en la mano que te consuela, en la lágrima que hay que secar… ahí está Cristo resucitado.
Hoy nuestra sociedad nos cuestiona la presencia real de Cristo vivo ante tantas injusticias y desigualdades, ante la pérdida del sentido moral que se ha instalado en la antropología actual. Pero, ojo, seguimos buscando el milagrito correspondiente que ponga parche a nuestras heridas… aunque si Dios no responde a lo que yo pido es que, o no existe o es un invento de la Iglesia. Pero ahí, en las pequeñas cosas cotidianas, es donde Dios vivo se hace un hueco a nuestro lado.
La Semana de pasión que hemos vivido nos recuerda que, para llegar a la resurrección hay que pasar por la cruz; esto no lo podemos olvidar. Nadie dice que ser cristiano sea fácil para quien se lo tome en serio, pero tenemos que asumir que Cristo, para resucitar, tuvo que caminar de Getsemaní hasta el Gólgota. Por esto, ante situaciones de muerte, no es cuestión de echarle las culpas a Dios, porque el enemigo, aunque vencido en la cruz, también juega esta batalla. Debemos ver con valentía qué situaciones de oscuridad y dolor hay en mi vida en las que Cristo me da luz, qué tumbas hay para abrir, qué lienzos hay para doblar.
Y todo esto vivirlo, juntos y unidos, en nuestra parroquia, en la oración comunitaria, en la Eucaristía, presencia real de Cristo entre nosotros. Es lo ideal. Desde ahí nuestro ser cristiano cobra sentido, nuestro dar vida es real, nuestra perseverancia no es vencida. Cristo resucitado ha elegido quedarse con nosotros de una manera especial. Juntos, como Iglesia, somos vida porque Cristo es vida. Feliz Pascua de Resurrección.
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