Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero han formado una eficaz alianza para la que siguen contando con el apoyo de Movistar. Tras las dos temporadas de la celebrada Vergüenza, acaban de estrenar la segunda de Sentimos las molestias, que gozó de una merecida buena reputación el pasado año a partir de la historia de amistad - “hay personas a las que tienes que aguantar toda la vida”, decía Pedro Guerra en uno de sus conciertos- entre un prestigioso director de orquesta (Antonio Resines) y un cascado rockero (Miguel Rellán) en la frontera de los 70 años, que afrontan cada uno a su manera los achaques de la edad y la inevitable aceptación de la realidad que les aguarda.
Cavestany y Armero se esforzaban en aquella primera entrega en contener a Resines y forzar a Rellán, aunque las dudas en torno a sus caracterizaciones quedaban en un segundo plano gracias a unos guiones amenos y certeros en los que el humor hacía fluir las situaciones más ridículas y terminaban por atestiguar el trasfondo vital de su pareja protagonista, a la manera particular en que Chuck Lorre hacía lo propio entre Michael Douglas y Alan Arkin en la excelente El método Kominsky.
En esta segunda entrega, sin embargo, casi todo resulta excesivamente reiterativo y, lo que es más importante, la serie ha perdido el sentido del humor, que en su caso es como perder la propia esencia, incluso es incapaz de sacar partido a la supuesta comicidad de algunas de las situaciones, como si no hallaran el vehículo hacia el gag, tan presente en la primera temporada y que aquí hace aguas en uno de los episodios clave, el del viaje a Torremolinos con el Inserso, desaprovechado pese al filón de los vehículos de movilidad y los botijos con droga.
En este sentido, la propuesta argumental ya no transita tanto por los achaques de la edad, sino por los de la soledad, en tanto que no se trata de una cuestión de aceptación, o no, de haber entrado a formar parte del perfil de la denominada “tercera edad”, como de asumir un destino para el que no están preparados y que les obliga a replantearse cómo debe ser el resto de sus vidas, una vez superados los complejos y traumas que han arrastrado durante los últimos años.
El resultado es una comedia dramática más sensible y amable que la anterior entrega, con lo que ello implica de pérdida de frescura y mordiente, que eran los principales alicientes de su propuesta original.
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