Es falso que un escrache sea un ejercicio de libertad. Es más, esta afirmación es mentira. Un escrache coarta, secciona, violenta, limita y agrede la libertad del otro, luego no puede ser un ejercicio de libertad. Mucho menos en los casos -mayoría visible y evidente en todos los signos y direcciones- en los que un escrache, que es un horror hasta en la dicción de la propia palabra escrache, está acompañado de gritos, insultos y escarnios que se desarrollan en lugares públicos en los que la persona agredida no puede hacer ejercicio de su libertad esencial, básica, de caminar por la calle o acceder a su lugar de trabajo o residencia.
La Universidad ha sido siempre un espacio para el conocimiento y la convivencia, elementos que sumados conducen a la libertad. Pero a poco que se investiga con objetividad en el uso que numerosos colectivos hacen de la protección que otorga ese universo de libertad, se puede comprobar cómo los recintos llamados a cultivar y proteger el bien más preciado, se convierten en lugares para el cultivo de tendencias políticas, muchas de ellas con un alto grado de radicalidad, que justifican la violencia en distintos grados. Todo vale porque todo, incluida la agresión en cualquiera de sus modalidades, es signo de una supuesta libertad individual o grupal que puede justificarse siempre que la ejerza el bando que a los agresores interese. Si el escrache viene de vuelta, resulta que es violencia.
La libertad es algo íntimamente ligado a las decisiones personales. Por eso cualquier violencia, aunque sea verbal o gestual, y obviamente los escraches, son elementos siempre negativos, perturbables, no pacíficos, irreconocibles por las personas que defienden el progreso real de las sociedades, basado en el respeto al otro, en las no imposiciones y en el cumplimiento de las normas de convivencia.
La valentía consiste en subirse al atril y decirle a los violentos de todos los signos que el escrache no es un ejercicio de libertad, sino precisamente de intolerancia, que está de más. Que sobra. Que es enemigo del diálogo, siempre.
Hubo un tiempo -debemos decírselo a todos los estudiantes universitarios- en el que dentro del templo del conocimiento nos demostraban que los profesores, los políticos y todos los ciudadanos podían sentarse a dialogar, a discutir, a construir. Y todo pasaba por el respeto a la libertad del otro. No se gritaba, no se agredía, no existían los escraches. Porque quien así se comporta es radical. Y un radical no puede ser amigo de la libertad. Que no sigan maquillando una realidad visible, palpable, evidente. Cuando se lleva a efecto un escrache se está ejerciendo un tipo de violencia. En todo los casos, en todos los lugares, con todas las personas. Y si cogemos un micrófono o disfrutamos de una tribuna, nuestra primera obligación es denunciarlo. No a los escraches. No a la violencia. Sí a la libertad.
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