Y es que la situación hay que analizarla desde distintas vertientes. La primera desde la salida fácil de los gobernantes de los años 50 que destinaron aquella zona que en aquellos tiempos nadie pensaba que pudiera convertirse con el correr de los años en un foco turístico, a viviendas para paliar una situación desesperada en unos momentos desesperados. Y la segunda, desde la permisividad de los ayuntamientos posteriores, atendiendo ahora a discriminar entre los más lejanos y los más recientes, que pudieron, estos últimos, parar lo parable o establecer medidas para recuperar ese campo de acción económico que pudo ser Gallineras hasta la misma playa de Camposoto.
Desde luego -y ahí está la prueba- pintando en el Plan General de Ordenación Urbana una intromisión por la fuerza en los derechos adquiridos de los propietarios de La Almadraba, Buen Pastor y San Onofre, con un equipo de gobierno vulnerable y una oposición buscando votos en vez de futuro, poco se podía hacer. Pero sí se hubiera hecho si el Gobierno del PA, como le aconsejaban los redactores del PGOU, hubiera sido capaz de poner en marcha una actuación pública en todo el sur de la ciudad, dando a cada uno lo suyo y no especulativa, y poniendo de su parte a esa oposición carroñera que incluso llegó a proponer un poblado marinero para turistas para decir que no. Han ganado los vecinos lo que legítimamente les correspondía, es verdad, pero la ciudad ha perdido otra oportunidad por la impericia de sus políticos.
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