El silencio tiene aroma de madrugada, aliado casi siempre al paisaje cromático oscuro, compañero del pensamiento profundo e intrínseco y en simbiosis con el plácido mullir de la almohada. Es su hábitat más natural, pero no el único. El griterío es ensordecedor, vehemente, ignorante, compañero del oprobio y el insulto, tiene en el ¡crucifícale¡, su gibosidad eterna.
Ninguno de los dos - silencio o griterío - son capaces por sí solos, de relacionar a los seres humanos, agruparlos para formar desde familia, hasta nación y si solamente estuvieran los dos, el amor no encontraría hueco en el planeta.
Pensar es tener en el cerebro una "tablet orgánica" que Dios nos ha regalado. Un símil reducido de sus potencias. No sería útil sin las manos manipuladoras, que hagan realidad lo que sus circuitos encierran. Ellas son las responsables de la estructura del mundo actual. Pero esta inteligencia, esta compleja maquinaria orgánica, en su encierro craneal, necesitaba un vehículo que diera propagación a sus cualidades y al ser humano se le dio laringe, cuerdas vocales y lengua carnosa que le permitiera la comunicación, entre ellos y las demás especies orgánica. Así nació la voz, el habla, los idiomas.
He mirado desde distintos vértices a esta nuestra "salada ínsula" desproporcionada en cuanto a eslora y manga, pero muy armónica en la relación tierra, sal y mar. Mi retina quiere encontrar, ilusa ella, el vuelo del ala de la intuición, que raseando siempre por la orilla de nuestra playa, contagia a aquellos seres humanos que saben ver, mirar e incorporar a su imaginación, como es posible suspenderse en el aire de la creatividad.
Luis Berenguer isleño nacido en Galicia, fue un gran trabajador, pero el arado de la tierra es estéril, sin el milagro del agua, la raíz y la sabia, que dará lugar a la futura planta e igualmente se precisa de originalidad e imaginación creativa, para conseguir unas páginas unidas, que sin hablar nos impresione y deleite por su carácter divertido y sabio. Era Berenguer vital, alegre y humilde, amigo de lo lineal, puro, sin recovecos, sin huecos mentirosos de los que era totalmente enemigo. Amigo del recuerdo, aunque sabía que este no curaba las heridas de la vida, pero te mantenían vivo. Su intuición crecía continuamente con la misma facilidad que al abuelo Diosdado Croquer las oreja en la novela Sotavento. Luis, siempre hay que situarlo y mirarlo con los ojos del éxtasis, en su verdadero contexto, que aparte de estar tierras adentro, tiene en las playas de nuestra costa isleña, su verdadero calor de "fragua creativa".
La importancia de este personaje y persona, está universalizado, pero en la Isla hay un reducido número de personas que compartieron largas horas y numerosos días con él, con su creatividad, con su sabiduría y con su anclaje de gran amigo. Enrique Montiel, sabio hombre de letras, escritor de talla nacional y poeta ensimismado en sus íntimos sentimiento, fue uno de los mejores amigos de novelista que estamos relatando y que el pasado jueves echó sobre sus hombros la responsabilidad de analizar y recordarnos a Luis Berenguer en todos los compartimientos de su vida. Ante un público enormemente selecto y un salón árido de paredes de vacía continuidad, solo quebrada por un cuadro de nuestro admirado monarca actual, Enrique se propuso persuadirnos con su admirable elocuencia y sobre todo con su inconmensurable cariño al personaje cuya memoria se homenajeaba. Nos vino a decir que el escritor siempre busca al personaje puro, transparente y justo que aporte a su imposibilidad de perfección, el complemento que la integre. Busca al héroe, pero este no es un personaje que va con cimitarra seccionando yugulares, sino un ser que soporta sobre su suave dorso el "peso de la vida" un mundo al que no pidíó venir, ni sabe porque está en él y en el que somos como el juguete del niño, que finalmente y cuando se cansa de él, lo abandona o lo destruye (libre albedrio y muerte). El verdadero escritor siempre ve la vida, el bien y el mal desde una altura distinta y diferente a la de los demás seres humanos y sus puntos de vista críticos o no, nunca le harán envidioso, pero si envidiado, Enrique sabe y conoce muy bien este hecho. Es Montiel un verdadero maestro en estas lides, pero - y he querido llevarlo como protagonista del acto - toda la excelencia del acto estuvo casi a punto de rodar por el abismo, porque laringe y cuerdas vocales, los pilares sobre los que asientan la voz, amenazaban con su derribo. Hubo verdadera angustia y ansiedad entre los asistentes, hasta ese momento enajenados por la disertación y las paredes del recinto dieron la impresión de palidecer ante este revés fonético.
No llegó la tragedia de la suspensión del acto. Enrique demostró su clase, su coraje, su nervio, su templanza y sus ganas de no defraudar a tanto amigo como allí le rodeaban y salió ileso y triunfal, porque tenía como base algo que no se aprende en libros ni artículos de crítica, la verdad de una amistad y una relación de maestro, amigo y consejero. con Luis.
Solo para mi quedó una irreversible tristeza, cuantas obras originales y creativas se llevó la muerte a su morada. Cuantas ideas y enseñanzas, cuantas tardes/noches de amistad y lectura de textos. Cuantas horas de ternura familiar y cuantos recuerdos sin paladear. Enrique lo refirió con verdadera profundidad de sentimientos, cuando el silencio, luciendo su faz más íntima, nos tenía ensimismados en la elocuencia del orador de aquel viernes enigmático.
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