Demasiado famoseo entre las gradas de la Atalaya, a los que se les trató a cuerpo de rey, hizo que los vecinos de esta ciudad fueran tratados como ciudadanos de segunda, haciéndoles permanecer de pie durante el desfile afinados como borregos y sin permitirles, a algunos de ellos, llegar hasta la localidad que marcaba su entrada debido a que ya estaba ocupada por algún miembro de la prensa rosa o alguno de sus fornidos guardaespaldas.
De este modo, la presentación de los nuevos diseños quedaba empañada para muchos, que al grito de fuera, no entendían realmente lo que pasaba. Eso sí, en todo momento Martín Berrocal hizo prevaler a su equipo, su gente de confianza, desde su asistente personal a su jefa de prensa, sobre los encargados oficiales de la III Edición de la Pasarela Flamenca de Jerez.
Tras esta situación y tan sólo quince minutos de desfile, del que también se esperaba algo más, los corrillos no se hicieron esperar a la salida de la sala. Miembros de la comitiva de la sevillana pedían perdón a sus más allegados, por su puesto de fuera de esta ciudad, asegurando que “no tenían ni idea de que se trataba de una pasarela de segunda, que le habían informado de unas infraestructuras mucho mejores y que, de saberlo, sin duda alguna se habrían quedado en Simof (Salón de la Moda Flamenca de Sevilla)”.
Lo peor de todo es que después del revuelo de Martín Berrocal, que organizó una fiesta privada con fotocol en el palacio de La Atalaya, la presentación de las colecciones de Carmen Jarén, Noemí Pereyra y Mati Solana. quedaron empañadas, siendo estas diseñadoras las que sí han tenido que pagar más de mil euros por montar su stand en La Atalaya y otros tantos por desfilar y tener acceso al grupo de modelos.
Verdaderamente una pena que, una colección de una ‘foránea, pueda empañar el trabajo de todo un año de más de una veintena de diseñadores locales.
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